¿En qué momento?

¿En qué momento?

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
No he sabido que a «Conticinio», a «La Flor de la Canela», a «Las Sombras de la Tarde», a los «Cuentos de los Bosques de Viena», para sólo citar algunos ejemplos, se les haya acelerado el ritmo para desnaturalizarlos, dañarlos, hacerlos desagradables al oído. Gracias a Dios que «La Gioconda» no fue pintada por un artista dominicano ni tampoco la estatua de David fue esculpida por Roberto Herrera, ello, porque algún genial «artista» habría dañado esas obras inmortales con una de las ocurrencias que han tenido algunos «músicos» que sólo han servido para jorobar el merengue.

Esta semana el Ciudadano del Mundo me obsequió  «100 voces 100 años» una selección de música dominicana recopilada por órdenes de los descendientes de Eduardo León Jiménez ¡qué buena idea, carajo!

Al escuchar las canciones recordé cómo era le merengue que se escribió para acercar los cuerpos, para que el roce de hombres y mujeres produjera el profundo placer que se experimenta cuando se tiene una pareja capaz de seguir al compadre Pedro Juan «baile el jaleo, que está sabroso».

La selección recoge muchos merengues clásicos cuyos compases debieron respetarse, para que nuestra música no se convirtiera en un baile de maromeros que se juntan en las fiestas para hacer que las parejas, tomadas por debajo de los brazos hagan dos filas y adelanten el grupo de hombres hacia el grupo de mujeres, en una ola que nada tiene que ver con el baile dominicano.

Hay que evitar que se premien disparates como aquel estribillo de mal gusto que repite» alegría, alegría» hasta el hastío. El irrespeto llega a tanto que en esa excelente selección adecuada algunos «arreglistas» se permitieron alterar tonos y no lo hicieron para bien, les faltó capacidad para enriquecer las melodías, porque no saben, porque dormían cuando Dios repartió buen gusto musical.

Algunos sociólogos dicen que el zapateado que se baila en el continente es un remedo de la persecución del gallo a la gallina, la mujer baila adelante, con la gracia y el donaire que le permite la falda ancha, multicolor, y el hombre, con las manos cogidas detrás, zapatea detrás de la hembra, cortejándola, enamorándola y ella, coqueta y risueña, baila, da vueltas, hace olas con la punta de su falda y parece una mariposa que se eleva al compás de la música.

Nosotros teníamos el baile sensual, cercano, sexual, de la pareja dispuesta al amor físico, demostrativo de nuestra cultura de tierra caliente, el merengue, que se bailaba para limpiar hebillas.

Vino la Lambada y se lambió el merengue. Sin el ritmo, sin el melodioso discurso del merengue, la Lambada llegó al cine con pantalones largos y derecho propio.

Ello, porque un grupito de «sabios» jo…robó el merengue cuando puso cuatro saltimbanquis frente a la orquesta, a «bailar» una vaina que llaman merengue que, por ejemplo, en nada se parece al enriquecido arreglo que Juan Luis Guerra creó de «Feliciano»  para sólo citar una creación de ese tolete de músico.

Ojalá que los «sabios», musicólogos, merengólogos, se animaran a determinar en que momento se jodió el merengue.

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