¿En qué parará la cosa?

¿En qué parará la cosa?

Cada cabeza es un mundo suele cierta gente repetir; sin embargo, tampoco es menos cierto que con nuestro cerebro somos capaces de percibir muchos mundos. El creciente grado de complejidad global crea una amalgama de intereses encontrados en la multitud de espacios creados.

Cada cual arguye los razonamientos que refuerzan la validez de la supremacía de sus intereses, algunos de los cuales hacen conflicto con el bien común. La paz es un anhelo casi universal excepto el de los dueños de la industria de las armas; para ellos la guerra es una imperiosa necesidad, y por eso, se mantienen tras bastidores soplando la llama de la discordia entre los pueblos. Hablamos de esa paz en tanto muchos contribuyen a crear las condiciones para la violencia. 

De la  salud se dice  ser uno de los derechos humanos,  a pesar de ello,  los magnates de las industrias del tabaco y el  alcohol  saturan aire, mar y tierra con un arcoiris de propaganda las 24 horas del día que enferma a millones de individuos. Ayer hablábamos de la humanización de los servicios sanitarios, hoy nos referimos a la venta de los cuidados médicos. Vendemos operaciones cesáreas, cirugía estética, radioterapia, tratamiento láser, quimioterapia, o fertilización in vitro en un mercado competitivo donde lo que importa es la ganancia en dinero.  Enarbolamos la consigna de salud para todos, mientras que simultáneamente se implementa una política de hambre y hacinamiento que enferma a millones de infelices.

Se menciona la educación como base fundamental para el crecimiento económico y combate al subdesarrollo y miseria que imperan en varios continentes. Ahora bien, miremos las asignaciones presupuestarias de la mayoría de los gobiernos a la enseñanza; hay una disparidad entre lo que se necesita y lo que se entrega anualmente para esos fines. En otros términos, decimos reconocer una necesidad pero obramos  en sentido opuesto. El pueblo humilde refiere que ese compromiso es de los dientes para afuera,  o que solo existe en una hoja de papel.

Poco a poco muchas personas van perdiendo la fe, la confianza y la esperanza al notar la disparidad existente entre el discurso y la acción concreta. Cada día son más los incrédulos y los desengañados. El ejército de los frustrados y marginados crece como el caudaloso río donde las continuas lluvias torrenciales aumentan peligrosamente su cauce.

Que nadie se asombre cuando el Nilo, el Sena, el Mississippi o el Yaque dormilón se desborden como nunca antes lo habrían hecho, ahogando a inocentes y a culpables. Cada día hay menos gente en quién confiar, menos líderes a quién creerles,  grandes promesas incumplidas y muchas deudas por pagar. La crisis económica, social y moral se acelera. Se acerca la hora de las definiciones y probablemente oigamos a Luis Kalaf repetir su estribillo: ¿En qué parará la cosa caballero?,/ ¿en qué parará?/ yo no sé.

Que ¿en qué parará? Yo sí sé.  

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