¿En quién debo creer?

¿En quién debo creer?

MARLENE LLUBERES
Con gran asombro leímos una encuesta publicada en un diario de circulación nacional, en la que se revela el sentir de nuestra población con relación a las entidades que en la actualidad gozan de la confianza de la ciudadanía. En tal sentido, las estadísticas indican que la iglesia católica se encuentra a la cabeza, seguida por los medios de comunicación y luego por la iglesia evangélica. Después de analizar estos resultados surge en nosotros la necesidad de indagar los reales motivos que conducen a los dominicanos a descansar y creer en estos tres pilares de la sociedad.

Al hacerlo, entendimos que, por identificar el pueblo a la iglesia católica como representantes de Dios en la tierra, a los medios de comunicación como voceros de la realidad que acontece día a día y a los evangélicos como personas comunes con conocimiento de Dios y el deseo de practicarlo, el hombre ve estas instancias como el único reflejo de veracidad y transparencia en un mundo lleno de mentira y falsedad.

De generación en generación la humanidad ha puesto de forma reiterada su confianza en el hombre, ignorando que, al enfrentarse a una disyuntiva, tenderá a primar el interés individual por encima del bienestar común. Esta situación es advertida por Dios cuando en su Palabra nos expresa que no debemos confiar en el hombre, no porque éste no sea digno de confianza, sino porque es en Dios en quien nuestra fe y esperanza deben estar depositadas, ya que El es el único veraz y confiable, en quien no hay sobra de variación y tiene Palabras de vida eterna.

Únicamente el Supremo Creador tiene la capacidad y naturaleza para nunca olvidarse de aquellos que fueron por El creados, proporcionándonos el amor y la misericordia que nos permiten seguir adelante aún en medio de circunstancias adversas.

Muchos hemos recibido decepciones de personas que amamos, sin obtener de ellas aquello que esperábamos, sintiéndonos defraudados, quizás hasta engañados, lo que constituye una muestra de que el hombre, por su condición limitada, falla, se equivoca, se cansa y sufre transformaciones.

Démosle la oportunidad, acercándonos a El, de que nos brinde su apoyo invariable, iniciando con El una verdadera relación de amistad, con la certeza de que El vive, escucha nuestras peticiones y conoce nuestros anhelos más profundos, aún aquellos que permanecen escondidos en nuestro corazón.

Aunque nos traicione el hombre o las instituciones que por él son conformadas, Dios nunca se olvidará, jamás nos dejará, siempre estará.

Probemos las bendiciones que reciben aquellos que en El confían, toquemos su puerta, sabiendo que será abierta, clamemos para que seamos escuchados, busquémoslo para que El sea encontrado, porque Dios está cerca de todos los que lo invocan de veras.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. Seamos un pueblo que le crea a Dios, con fe inquebrantable y que sea El nuestra esperanza, seguros de que quienes en El confían serán como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará.

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