En rechazo a la violencia maligna

En rechazo a la violencia maligna

Me arropa un singular repudio a la violencia, sea física, verbal o gestual.    ¿A qué podrá deberse, si pretendemos resumir la vida tan solo  a nuestra actual existencia?

En un intento de explicación, recuerdo que, de niño, cuando mi padre se enfurecía con alguno de sus empleados de la imprenta “Cosmopolita”, al retirarse él del lugar, los tipógrafos y prensistas susurraban divertidos: “Está como una perra rabiosa”.

Es que la ira desbordada, mal dirigida, no surte efectos positivos, aunque los dudosos análisis de ciencia psicológica hayan pretendido sobrevalorar el beneficio de una descarga de energía negativa, como si se tratase de un borrador o debilitador de acciones malignas, como fue  en un momento,  para los católicos, la confesión de pecados ante un sacerdote.

La violencia dominicana ha copiado lo peor de otros países,  (siempre es más fácil copiar lo malo) y desde hace algún tiempo, los asesinatos, las torturas, los secuestros, proliferan como hierba silvestre, mientras la Policía Nacional no convence de una actividad protectiva y preventiva ante una población que ha ido perdiendo su naturaleza amable, sustituyéndola por el miedo, porque no se puede creer en nadie, con o sin uniforme militar o policial (diferencia mentirosa y absurda  aquí ), ya que hemos acabado por perder la dudosa fe en la honestidad de las instituciones, incluyendo, lamentablemente, los procesos judiciales.                                                 

Niccolo Machiavelli (1469-1527), humanista, historiógrafo y pensador político italiano, considerado el primer pensador político de la Edad Moderna, es  injustamente citado y recordado como un  malvado inescrupuloso. Un amoral profesor de política triunfante. A cualquier astuta y maligna acción política se le considera maquiavélica. Pero él no inventó nada, no propuso ninguna novedad maligna.  Simplemente señaló realidades. En sus “Discursos sobre la primera década de Tito Livio”, terminados en 1519, seis años después de su famoso “El Príncipe”, dedicado a Lorenzo de Médicis, dedicó al mismo personaje un “Discurso sobre la reforma del Estado de Florencia” cuyos consejos (solicitados por el Príncipe) no fueron tomados mínimamente en cuenta.

Sigue sucediendo. Los buenos y sabios consejos no son atendidos por los poderosos.   Pueden venir eruditos, gravedosamente invitados a tratar acerca de problemas fundamentales. Se les escucha respetuosamente… y no se les hace caso.

Mi referencia  a Maquiavelo viene de una cita tomada de sus Discursos sobre Tito Livio (Lib I, cap. IX) en el cual dice: “Digna de censura es la violencia que destruye, no la que construye”.  Todo  orden, todo bien común  ha de ser impuesto porque la naturaleza humana es proclive al egoísmo y el desorden. 

Necesitamos una violencia  positiva que construya con humanitarismo y justicia. Procede adelantar que a quienes tengan a su cargo las fuerzas del orden y la aplicación de la violencia positiva, llámense policías, militares o miembros del sistema judicial, corresponde sacarlos de ese pantano de estrecheces económicas en que viven, recibiendo salarios misérrimos y risibles, porque se sabe que “la necesidad tiene cara de hereje”… y aún peor que  eso. 

Encima, nos está devorando el consumismo, la pretensión desmesurada.

Por lo menos debemos eficientizar y dignificar los mecanismos de justicia y de orden.

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