En recuerdo de don Antonio

En recuerdo de don Antonio

Mi hermano Antonio llamó poco después de la una de la mañana. Acaban de dar un golpe de Estado, me dijo en tono de advertencia.

Dirigía el departamento de prensa de Teleantillas y fue llamado para que acudiera a la juramentación del licenciado Jacobo Majluta.

La extraña llamada lo obligó a comunicarse con el doctor Germán Emilio Ornes y con su hijo Antonio Emilio, con quienes manteníamos relación casi filial y fraternal. Germán le informó que había recibido una llamada similar, de parte del propio Majluta.

Un poco después lo llamó, a él también, Jacobo. Deseaba que acudiera como testigo de ese acto. Al llegar al Palacio Nacional encontró a Virgilio Alcántara y Ruddy González, igualmente invitados. Más tarde habría de sumarse al grupo, José Báez Guerrero, tan intrigado como los demás, e igualmente preocupado. Pero más que todos, Antonio se inquietó por la calma con que recibí la información.

Desde la Vicepresidencia administrativa de la Cámara de Cuentas de la República habíamos sostenido un ligero escarceo público con funcionarios de la Presidencia. Una auditoría a las cuentas de ese departamento determinó la expedición de una circular por la que se prohibía la entrada de sus inspectores a organismos públicos. Una antojadiza interpretación de la Ley 130 del 2 de diciembre de 1942 sobre la Cámara de Cuentas, impulsaba la prohibición.

Por nuestra parte, expusimos el carácter y las funciones de la Cámara, mediante declaraciones públicas y exposiciones personales que Antonio juzgó podían perjudicarnos aquella noche. He vivido, sin embargo, atado a los designios de Dios, y entendí que mi puesto estaba en la cama en la cual descansaba en ese momento. Así lo hice saber a mi hermano, a quien encomendé, como es entendible, que me contase posteriormente lo sucedido.

A las seis de la mañana volvió a llamarme. Jacobo acababa de juramentarse.

Don Antonio murió. Llegué antes del inicio del acto y pude entender que hay gran confusión. Unos hablan de suicidio, aunque otros afirman que fue accidental. La percepción predominante sin embargo, es que don Antonio lucía angustiado, obsedido por un malestar que no le confesó a nadie. Ni siquiera el general Mario Imbert McGregor me dio detalles.

Don Antonio procuró acercarse al doctor Joaquín Balaguer en 1981. Nos mandó decir, en un recado transmitido por Héctor Incháustegui Cabral, que luego de ejercer la Presidencia entendía muchas de las maneras de ser del ex Presidente. Aceleró el acercamiento un intento de acusación urdido contra el doctor Balaguer, Eudoro Sánchez y Sánchez y Juan Rafael Estrella Rojas (Papi).

Recibida una denuncia por el Magistrado Procurador Fiscal del Distrito Nacional, doctor Julio Ibarra Ríos, fue comunicada por éste al Presidente Guzmán.

El Dr. Ibarra nos llamó para darnos detalles de la acusación y preguntarnos nuestro parecer sobre la misma. Cuando ofrecimos nuestra opinión nos dijo: «Eso mismo me dijo el Presidente. El quiere que llames al Dr. Balaguer y lo pongas al tanto de la situación». En vez de llamarlo, porque hacia aquella época comenzaba a practicarse intensamente el deporte de la captación de llamadas telefónicas, viajamos a Nueva York.

Retornamos con un mensaje de reconocimiento, y la seguridad de que se abrían caminos de relación entre ambos, para provecho de la República.

Ahora todo ello quedaba en el pasado. El nuevo mandatario, a quien conocíamos desde la adolescencia Antonio estudió con Freddy y yo con un primo suyo le contó a los testigos escogidos, pormenores del suceso. Don Antonio sentía las presiones derivadas de las desavenencias internas del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Ellas motivaron veladas amenazas que afectaban a su familia. Las presiones emocionales a que fuera sometido, el anticipado dolor sufrido ante los aleves ataques, lo condujeron al suicidio.

Me mandaba decir que levantaría la prohibición que impedía realizar auditorías, pero nos solicitaba que fuesen ejecutadas sin pasión partidista.

Posteriormente habríamos de conversar sobre ello, y le señalamos que los funcionarios de la Cámara seguían con celo las normas de auditoría generalmente aceptadas. El, de profesión contador, y quien llegó a ejercer la auditoría, entendió nuestro planteamiento. Además, le manifestamos, no existía en el ánimo de los miembros, encabezados por el Dr. Hostos Guaroa Féliz Pepín, interés partidista ni de pugnacidad alguna.

Antonio también nos dijo que el nuevo mandatario nos pedía informásemos al doctor Joaquín Balaguer sobre los pormenores de su relato. Así lo hicimos. Como resultado de ello, el doctor Balaguer expresó sus condolencias al país y a la familia del mandatario fenecido, y expuso que habría de salir en defensa de doña René Klang de Guzmán. En privado hubo de comentarnos a Rafael Bello Andino, a Joaquín Ricardo y a nosotros, que, de ser perseguida la familia Guzmán Klang, habría de ponerse la toga para acudir a los tribunales en su defensa.

Cuando nos levantamos hace veintidós años, en aquella mañana del 5 de julio, tuvimos la sensación de que el país había perdido a un hombre digno, por ser un hombre práctico, sensato, prudente, comedido. Nuestros pensamientos no llegaron a concordar sino en pocas ocasiones, pero lo que pensamos entonces cobra más vigencia en estas horas.

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