En referencias  al “haber sido”

En referencias  al “haber sido”

Mi primera experiencia en cuanto al “haber sido” la tuve cuando, en los inicios de mi adolescencia, habiendo mi padre renunciado verdaderamente  a su curul de Diputado sin previamente anunciarlo al Generalísimo, algo doblemente insólito, porque era regla que junto al nombramiento debía firmarse la renuncia y  mi padre simplemente se negó diciendo que él se iba cuando le diera la gana o lo quitaran.

Pues, algún tiempo después, pidió la palabra en el solemne recinto, y simplemente anunció que renunciaba a su diputación, porque no estaba de acuerdo con la floja actuación de sus colegas y consideraba que el Estado gastaba demasiado en esta gestión supuesta a ocuparse con seriedad del beneficio del país, labor dejada a la sola responsabilidad de El Jefe, para luego, a hurtadillas, criticarlo.

La sorpresa fue enorme. La renuncia no fue aceptada hasta que Trujillo no dijo que Gimbernard era un caso y que había que dejarlo quieto. Entonces le mandó a ofrecer el cargo de Senador de la República. Papá dijo:  -Bueno, está bien, pero sólo por dos o tres meses…“es que de repente me han entrado ganas de haber sido Senador”.

 Trujillo se rió de la ocurrencia y dijo: “Dejen quieto a Gimbernard”.

Así se lo transmitió, en mi presencia, inundado de extrañeza, un alto funcionario palaciego, en un rincón del área de prensas de la imprenta paterna.

Jesús de Galíndez refiere esa renuncia única en un libro que le costó la vida, creo, más que todo, por la referencia de que Ramfis Trujillo no era hijo de El Jefe, y lo era, aunque procreado antes del matrimonio con el dictador.

Físicamente lo parecía. En otros aspectos también. Los peores. Ególatra, apuesto, vanidoso, mujeriego, cruel y sádico, pero sin el terrible talento político de su padre, talento que merece –para  nuestro beneficio- un estudio científico desapasionado, que ya viene siendo tiempo de que se produzca con la libertad de un análisis frío y honesto, por algún reputado profesional en el análisis conductual.

Retornemos a lo de “haber sido”.

En París, 1978, nombrado sorpresivamente Embajador en Francia por el Presidente  Balaguer y confirmado luego por el Presidente Guzmán, tuve el privilegio de contactar y hasta alcanzar un grado de amistad con importantes personalidades francesas entre las cuales se encontraba Jean-Louis TINAUD.

En su tarjeta de presentación aparecía tradicionalmente su apellido en mayúsculas- y bajo el nombre, en letras pequeñas: “Ancien Ministre (lo fue de De Gaulle) y no menos de otras seis o siete menciones a posiciones pasadas, a “haber sido”.  

Era un gran señor. Cuando entraba en un salón, acompañado, por ejemplo del entonces  Primer  Ministro,  un hombre solemne y ceremonioso, Tinaud lo opacaba totalmente. Yo me preguntaba, ante la realidad de lo que era, no de lo que fue ¿por qué remitirse a lo que se ha sido y no a  lo que se es… no siendo, como en el caso de papá que el “haber sido” se trató  de una salida burlesca hábil  para deshacerse de un nombramiento no deseado?

Ser. “Ser”, es lo importante, no “haber sido”.

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