PEDRO GIL ITURBIDES
El padre Felipe Enerio Valerio afirmó que muchos sectores de la población a la que sirve, sabían de la existencia de «puntos de venta» de drogas. Familiares de los jóvenes asesinados sostienen que se alertó a la Policía Nacional sobre la existencia de esos lugares. Pero los oficiales y agentes destacados en aquella comunidad hicieron caso omiso a esas confidencias.
En Navarrete se sostiene que esa dotación policial prefería bregar con los traficantes de drogas. Tras la investigación relacionada con el homicidio múltiple, los generales Tomás Holguín de la Paz y Bernardo Santiago recomendaron el traslado de los integrantes de ese cuerpo. Se afirma que ordenaron el arresto de los mismos para fines de investigación.
Pero de la policía del sector de Capotillo que colinda con la avenida Duarte se dice lo mismo. Y apagadas sospechas animan, en el mismo sentido, a vecinos de Villa Juana, por las cercanías de la avenida Quinto Centenario.
Por muchos otros lugares en el país se advierte el deterioro moral que prevalece en el cuerpo destinado a guardar el orden público.
La retención de vehículos robados es la punta visible de un iceberg que fue levantándose en la medida en que creció la lenidad social. Porque toda la podredumbre procede de nosotros mismos.
Se origina en la indolencia con que contemplamos la degradación que nos rodea. En el temor a denunciar todo cuanto es inmoral. En la ineptitud de las autoridades para preservar la integridad de la persona que se atreva a cuestionar esas inconductas. En la enorme capacidad del mal para perseguir al ciudadano que se atreva a levantar su dedo contra tanta perversión.
Basta escuchar al diputado Radhamés García para darnos cuenta de la forma en que se ha desmoronado el concepto de honor en la República. Cuestionado en estrados bajo la acusación de trata de ilegales en tanto ejercía funciones consulares, se yergue para hablar de su honestidad. La columna «Lo que se dice», en este diario, refleja la sorna con que se perciben sus palabras.
«Si hay un hombre serio en este país, ése soy yo. Si hay dos, hay que buscar al otro. Si hay mil, hay que buscar a los 999».
¡Válgame Dios! Los atropellados por su insolencia en la noche en que traspasó la frontera dominico-haitiana con los chinos, enfrentan esas afirmaciones. Un inspector recuerda que impuso su autoridad política para obligar a que se permitiera su paso por el puesto de migración. Un coronel informa al tribunal que engañó a las autoridades al prometer un reencuentro que evadió. Y aún así, con la jactancia propia del estercolero en que se movía, ¡es capaz de hablar de su honestidad!
La República estableció el compadreo como base para dirimir cuanto se esclarece en virtud de la ley. En todas partes hay gente deshonesta, grosera, desaprensiva, inclinada a la ilegalidad. En muchas naciones, ellos constituyen la excepción. Entre nosotros, ellos son la regla, pues se escudan en el compadreo.
Tal vez por ello, mientras los obnubilaba el dolor, los parientes de los jóvenes asesinados en Navarrete, clamaban la bondad de esos jóvenes. Y es que cerramos los ojos ante el mal, cuando éste deriva beneficios para nosotros. Porque en tan engañosa forma de alcanzar el bienestar reside nuestro concepto del honor.
Los beneficios pecuniarios de las drogas, las ondulantes formas de las jeepetas, son suficientes para embriagar nuestra conciencia. Y aniquiladas en ésta las virtudes morales, ya no hay sino un paso para desterrar la integridad y el honor.
Lo acaecido en Navarrete entre traficantes y consumidores de drogas, debía constituirse en el llamado al reordenamiento moral de la Nación Dominicana.
Siempre es posible recomenzar desde un núcleo menor. Juan Pablo Duarte confió en ello, y transmitió a un selecto grupo de amigos, la tarea de crear la República.
Abraham es sacudido por la noticia de que Dios destruirá a Sodoma y Gomorra.
Y pide al Creador por aquella. ¿La destruirás si encuentro cien justos? Pero él sabe que entre tanta perdición no hallará este número de gente buena, y va reduciéndolos, con la benignidad del Altísimo. El domingo, hemos recordado el papel de estos restos poblacionales de gente buena.
En la primera de las lecturas, se leyó el texto según el cuál Moisés conoció de la ira de Dios, estimulada por la inmoralidad del pueblo. Este conductor de naciones apeló al infinito amor de Dios, en quien creció la piedad por esas gentes.
El resto social de los justos ha tenido de continuo, un peso inconmensurable en el reordenamiento de toda sociedad. Tras todos estos sucesos, después de la horripilante historia de Navarrete, es hora de llamar a la acción a ese resto poblacional.