En respuesta a Fidelio

En respuesta a Fidelio

Con acento grave y legítima preocupación, escribe Fidelio Despradel. Tiene autoridad moral para hacerlo. Combatió las dictadura trujillista y combate el neotrujillismo, habiendo pasado por la Guerrilla de Manaclas. Con mayor madurez y experiencia, tiene una nueva visión de su lucha a favor del Pueblo llano y sencillo. De la Nación Dominicana.

Abandonó el vanguardismo y busca ahora concientizar a su pueblo, aglutinarlo a través de la acción concertada y colectiva Del diálogo y la autocrítica del ejemplo más que de la palabra disfrazada. A algunos fundamentalistas radicales de nuevo y viejo cuño que no han abandonado los métodos tradicionales de la izquierda, su estructura autoritaria y verticalista, podrían no estar de acuerdo con él y acusarlo de revisionisa. Tienen derecho a disentir, pero se quedan en la zaga. Nuevos tiempos requieren nuevas ideas, y estrategias distintas, mayor capacidad de tolerancia y flexibilidad.

Fidelio en uno de sus artículos (Hoy, 24 de junio, 2004) «Participemos en el debate de los impuestos», hace un llamado imperioso a un selecto grupo de ciudadanos que él califica «pertenecientes al mundo progresista y patriótico». Quedan muchos más sin citar y los anónimos que alimentan la nación con su trabajo cotidiano y su esperanza me honra Fidelio al señalarme entre los primeros, a mí y a «mis circunstancias».

Independientemente de que me crea o no merecedor, es de nobleza responderle. Su principal preocupación, y no es nueva, es integrar un «frente unitario» que participe y salga al frente a lo que es tema de interés nacional inmediato, la Reforma Tributaria.

Percibe, y no anda desandando, que si se deja solo y se permite que los grupos hegemónicos impongan sus ideas sobre el reforma, la profunda brecha, que existe y que hay que salvar entre los pocos que tienen demasiado y los muchos que tienen muy poco, se hará más profunda e insalvable. Pide que participemos en un debate crucial que exige, además de especialistas y expertos en aconsejar a los que mandan, la presencia de personas de preparación diversa que tienen en común al norte de sus ideas democráticas y progresistas. Atinada es la sugerencia, oportuno el llamado que puede caer al vacío si indolentes o privados de egoísmo prestamos más atención en quien lo hace y no a la sustancia del llamado. Falta a articulación. El método que haga efectiva las ideas y las impulse.

El mío, solidario con la propuesta, va más lejos. Pienso que es necesario aunar fuerzas y que ésta que nos trae el cambio de gobierno es una oportunidad propicia por la trascendencia del tema y su tratamiento. Pero no dejo de pensar en la necesidad de promover una Constituyente. En la urgencia de ir aglutinando fuerzas sociales capaces de diseñar una nueva concepción del Estado Moderno. Una consigna capaz de interesar a todos los sectores empantanados por un sistema político económico que se nutre de la corrupción y de la impunidad, del paternalismo clientelista, que orienta y busca por encima de todo lo mío y desdeña indolentemente lo trascendente.

La Reforma Fiscal, tan necesaria, si no es rescatada de su concepción original, (procurarle recursos al Gobierno para salvar deudas externas desproporcionadas; y satisfacer organismo internacionales voraces; recargarle, como si nada, el peso fiscal a la clase media trabajadora y solventar el gasto público creciente), sería un pobre parche o solución de media tinta para un Estado quebrando que olvidó sus funciones vitales para darle paso al despotismo, al presidencialismo mesiánico asentado, en estructuras tan arcaicas que requieren de una reingeniería total.

De un nuevo diseño que rescate y de vigencia a la soberanía nacional, al tenor del artículo 4 de la Constitución y, en torno al cual se convierta en un instrumento eficaz de participación transparencia y desarrollo. Que lo fortalezca como conductor y le libere de un neoliberalismo enajenante vertebrado para rendirle culto al dinero y las esferas que le sostienen. Que revierta las instancias del Poder Político, que hizo fondo por las malas prácticas administrativas, las ausencia de mecanismos de control y transparencia, el escarnio en que suele traducirse la representatividad amparada en un sistema electoral y de partidos políticos que retranca el acceso de los más idóneos y capaces para favorecer a los mediocres y su incondicionalidad.

No es fácil la tarea. Más no imposible porque de ella depende la redención de la Patria. El salto al bienestar y el desarrollo de la nación, precariamente sostenido. Requiere de un elevado nivel de conciencia civilista, lo que solo es dable en una de estas circunstancias y dirección no exentas de graves problemas y confrontaciones. O mediante una toma de conciencia desde el Poder acompañada de una voluntad férrea de querer hacer (No tiene que ser dictatorial. Estadistas de la talla de Muñoz Marín y Figueres lo lograron en su tiempo) o una toma gradual de conciencia popular ciudadana que hastiada de fracasos decida un nuevo rumbo producto de un trabajo persistente de organización, denuncias ya propuestas que involucre una red multipolar los diversos sectores sociales que sufren las penosas consecuencia de esta crisis institucional y de valores y que obligue mediante movimientos sociales poderosos organizados en distintos frentes de lucha la reformulación del Estado a través de la Constituyente.

Utopías, dicen uno, piensan otros, pero creo en ella. Fue realidad con Bosch, en 1962 que desató un nefasto Golpe de Estado. Pudo ser con la revolución de abril, que provocó el desembarco de 42 mil marines norteamericanos. No cuajó con el intento camuflajeado de Hipólito Mejía que quebró su afán reeleccionista. Puede ser. Falta el método. La articulación de las fuerzas que la apoyen. El convencimiento consensuado de que si no se cambia todo, no se cambia nada.

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