En su nueva novela Avelino Stanley se revela con planteamientos polémicos

En su nueva novela Avelino Stanley se revela con planteamientos polémicos

POR LEÓN DAVID
-De repente tu actividad literaria se reactiva en la palestra pública. En septiembre del año pasado fue premiado en Italia tu cuento “Piel acosada”. Ahora Editorial Planeta publica tu novela Al fin del mundo me iré. Cuéntanos un poco de todo esto.

-Los concursos literarios nacionales habían caído en tal nivel de descrédito en administraciones anteriores que decidí no participar en los mismos. Comencé a buscar otros horizontes. Durante el 2005 el cuento “Piel acosada” fue evaluado en Italia entre unos doscientos trabajos de autores de distintos países para escoger los tres mejores. No sólo obtuve el primer lugar, sino que otro dominicano, Manuel Salvador Gautier, obtuvo el segundo lugar. Un júbilo para el país. El cuento “Piel acosada” pertenece a un libro en donde casi todos los relatos tienen que ver con el tema de la problemática domínico-haitiana. El mismo es un grito de denuncia a la falta de visión y de voluntad que desde hace casi un siglo ha primado en sucesivos gobiernos de ambas naciones para enfrentar con carácter las relaciones entre ambos países.

-Tu premio en Italia fue a un cuento. Pero eres fundamentalmente novelista. ¿De qué trata la novela Al fin del mundo me iré, que ahora te publica Editorial Planeta?

-Es una novela histórica, y dentro de este subgénero, una novela de hipótesis. Aunque desde el punto de vista de la ficción, pero con ráfagas contundentes e irrebatibles, creo demostrar los dos puntos de partida que he tomado como reto. En el primero sostengo que Cristóbal Colón estuvo en esta isla, que era llamada Haití, antes de 1492.

-¿Te estás burlando de la realidad desde la ficción o es un planteamiento ficticio que desemboca en la realidad?

-En literatura la burla siempre es el trasfondo. En cada obra literaria la risa de la burla debe sentirse como un eco omnipresente. En esta obra lo primero es la veracidad del planteamiento. Lo que planteo es porque lo creo y además lo demuestro de forma irrebatible en la obra. La burla subyace más bien como una mueca a los que se aferran a puntos de vista estáticos en la historia de la humanidad.

-Bien, y el segundo punto de partida, ¿cuál es?

-El segundo punto de partida es, a la vez, una defensa al cacique Guacanagarix. Siempre ha sido acusado de traidor y de propender a lo extranjero. Sostengo en la novela que el cacique de Marién actuó de esa forma tan complaciente con el Almirante, primero, porque lo conocía desde ese viaje no registrado todavía por la historiografía y, segundo, porque desde que lo conoció quedó prendado, rotundamente enamorado de Cristóbal Colón.

-¿Cómo? Ya tu primer punto de partida es lo suficientemente controversial al afirmar que Colón estuvo en la isla antes de 1492. ¿No te parece que exageras demasiado con el segundo planteamiento?

-Si parece lo que dices, ya eso es un logro. El propósito de toda obra literaria debe ser el de exagerar, de cambiar la realidad. Sin embargo, en ambos planteamientos la exageración no es mía, proviene de la realidad de los hechos. Ahí están, quien quiera, los puede rebatir. Además, novelar sobre Cristóbal Colón, bajo ninguna circunstancia puede ser para ser repetitivo. Tiene que ser algo nuevo, algo distinto a lo novelado en tres excelentes novelas sobre el tema como lo son El Arpa y la sombra, de Alejo Carpentier; Los perros del paraíso, de Abel Posse; y, Vigilia del almirante, de Augusto Roa Bastos.

-¿Qué es la novela para ti? ¿Podrías definir las características que entiendes más sobresalientes de este género?

-Según algunos maestros el cuento es como un relámpago, como un instante preciso. Sabemos que si hay oscuridad, ese relámpago brinda una brevísima iluminación. Pues para mí la meta principal de la novela es algo así como tomar un fragmento de la oscuridad e iluminarlo. Darle luz. Pero no una luz fugaz como en el cuento, sino una claridad que dure lo suficiente como para que se pueda aprehender la trama y que se deje ver los personajes que giran en torno a esa trama. Esa luz, por supuesto, debe al menos provocar dos situaciones. La primera es que lo contado debe tener una dosis suficiente como para provocar una sensación desgarrante en el receptor. La segunda situación es que lo contado debe estar dicho en la forma más atractiva y bella que se le pueda arrancar al lenguaje escrito. La principal característica que debe tener quien escribe una novela es la paciencia para rescribir todas las veces que sea necesario lo que ya se tenía como definitivo.

-¿Cómo compaginas tu labor de escritor con el trabajo que desarrollas en el cargo de Subsecretario de Cultura?

-La vida le pone a uno retos por delante que se deben aceptar. Después que le has dicho a otros en su cara que desempeñaron mal esa labor, si se presenta la oportunidad de demostrar que tenías razón, no la puedes rechazar. Toda posición pública, si se hace con pasión y con entrega, toma una gran parte del tiempo. Ha mermado mi producción, cierto. Pero se trata de algo pasajero. Esa posición termina en un tiempo breve y ya volveré a mi labor literaria con la abnegación de siempre. No obstante, aunque menos que antes, no he dejado de leer ni de escribir.

-¿Cómo ves el presente y el futuro de la novela dominicana?

-En el presente inmediato los novelistas locales parecen estar preparando sus nuevas obras después de un periodo bastante aceptable. Si tomamos en cuenta que la novela es el género menos desarrollado en República Dominicana, pienso que el futuro es promisorio por la cantidad y la calidad de gente que en los actuales momentos está trabajando el género.

– ¿Por qué escribes novelas? ¿Qué te impulsa a crear ficciones?

-La novela es el único género en donde la rebeldía encuentra su desahogo total. La novela para el pensador es como el saco lleno de arena para el boxeador. En ese saco lleno de materia sin vida el boxeador no solo practica, sino que también puede desahogarse. El novelista tiene en la novela la posibilidad de mostrarles a los demás cuantos mundos aparecen en su imaginación. Y a esos mundos nadie puede entrar a imponer sus criterios por muchos tiranos que haya, por muchos envidiosos que te asedien. Lo más lejos que pueden llegar los tiranos y los envidiosos es darse en las narices contra la realidad que forman la ficción de esos mundos, que es el resultado del trabajo tesonero. Es lo que le sucede al pobre boxeador con el saco lleno de algo invencible que tiene de frente.

-¿Cuál es el valor de la literatura y específicamente de la novela?

-La literatura está hecha para el placer, para el deleite. Solo con la literatura, por ejemplo, se puede mostrar la imaginación y la grandeza de una lengua a la vez. Sólo con la literatura es posible conmover ese ser humano que cada día se aleja más de los aspectos sensibles de su especie. Y la novela, con el auxilio de la poesía, es uno de los mejores vehículos que permite ese recorrido.

-¿Quién es Avelino Stanley… el hombre, el escritor?

-He sabido que Avelino Stanley, de toda la vida, ha sido un soñador. Siempre ha soñado con atrapar expresiones que, con la mayor elegancia de la lengua, puedan llevar mensajes que satisfagan los sentimientos del ser humano sencillo. Porque Stanley, el hombre, siempre ha vertido sus esfuerzos en unirse a los que prefieren instaurar la sencillez y la franqueza en la humanidad. Por supuesto, sabe que a los necios no debe hacerles caso, pues esos están solo para distraer, para minimizar la labor gigante que han de hacer los seres humanos de bien. Y el escritor que no entiende esa dinámica, debe cuidarse de no ser parte del grupo de los necios.

-¿No sientes ningún tipo de temor de que los planteamientos de tu novela Al fin del mundo me iré puedan acarrearte descalificación de parte de los académicos de la historiografía?

-El único temor que siento, y no es temor sino pena, es por aquellos que se aferran al conocimiento como una forma estática. El conocimiento es movimiento. Es dialéctica. Hay verdades que han parecido irrebatibles durante siglos y, pasado el tiempo, han sido derribadas por el saber. Porque el saber solo se reafirma con el tiempo.

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