En tiempo terribles, educación en valores

En tiempo terribles, educación en valores

CELEDONIO JIMÉNEZ
La reciente masacre a sangre fría de siete dominicanos por narcotraficantes, la apropiación por oficiales de la Policía Nacional de confortables vehículos que habían sido robados y el tráfico de indultos por altas autoridades del Ministerio Público en el pasado gobierno, son algunos indicadores significativos de los niveles alcanzados por la criminalidad y la corrupción en la República Dominicana.

La violencia criminal y las diferentes manifestaciones de la cultura de engaño que se ha enseñoreado en una parte importante de la población proveniente de estratos acomodados, medios y depauperados de la sociedad dominicana, habla de una crisis generalizada y de la imperiosa necesidad de ver la manera de alcanzar la restauración moral de nuestra sociedad.

El tratamiento del problema tiene que darse en dos planos. Atacando los aspectos estructurales que determinan el crecimiento de la miseria y de la brecha de diferencias socio-económicas en nuestro país y abordando la forma de modificar algunos aspectos sobre las expectativas y la conducta de las y los dominicanos, sobre todo de los niños y de los jóvenes.

En este último orden la educación en valores constituye una tarea fundamental.

En la actualidad vivimos en el país una gran crisis de valores, crisis que se expresa en la ausencia de certidumbre sobre la pertinencia de determinados valores, la pérdida o disminución de la sensibilidad frente a ciertos valores considerados positivos y el cambio en la jerarquía tradicional de los mismos.

Esta crisis es una de las más importantes razones de nuestro actual proceso de descomposición social. Para detenerla y revertirla una perspectiva es trabajar la formación ética y valorar.

Federico Henríquez Gratereaux, intelectual cuyas opiniones hay que considerar, ha hecho algunos señalamientos en torno a la educación en valores, en su artículo «Tiempos terribles», dado a la publicidad en una reciente edición del periódico «Hoy».

En ese artículo su autor refiere la impertinencia de la acción en el aula de un «experto» en educación en valores y la ineficacia escolar al respecto.

Disiento de esta opinión. Creo que se puede y se debe promover la formación en valores desde la escuela. En el aula se puede trabajar, elaborar, discutir y aclarar contenidos conceptuales, los cuales son referencias necesarias para potenciar valores y orientar comportamientos.

Pero para que ese proceso de enseñanza derive en una real integración de valores al comportamiento cotidiano de los educandos, hay que desplegar una eficaz acción pedagógica destinada a que los valores a enseñar sean actuados, practicados por maestros y maestras, familiares y demás miembros de la comunidad.

La educación en valores para ser efectiva supone un esfuerzo social integral. Debe abarcar a la familia, a la escuela, a los medios de comunicación, a la comunidad.

Para que la enseñanza en valores no sea una inútil labor contracorriente es fundamental el ejemplo de los adultos y sobre todo de las élites dirigenciales.

La educación en valores no es una fórmula de solución automática. No es una varita mágica. Es una oportunidad de acción a emprender en estos «tiempos terribles» y una razón realista de esperanza, contra el pesimismo y la inmovilidad.

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