En tiempos de odio y fanatismo

En tiempos de odio y fanatismo

No son nuevos, ni lo uno ni lo otro. Pero son nuevas aterradoramente nuevas, las intensidades de sus manifestaciones. Las espeluznantes demostraciones de que ya no se trata de que el hombre es lobo para el hombre, como afirmara Plauto, resbalando de su naturaleza de poeta cómico.

Se trata de que se expande en el mundo una horripilante pérdida de humanidad, que ha pasado de la vieja práctica de arrancarle y negarle la condición de humano al enemigo con el cual se combate, como históricamente se vio en las guerras de la antigüedad con la cruel exterminación de antagonistas vencidos e impotentes.

El fenómeno del terrorismo indiscriminado, que destroza multitudes inocentes, gente sencilla, carente de impregnamientos políticos, gente que va a su trabajo, a su escuela, a cumplir labores de paz y de bien, son masacradas el ominoso día once de este mes, en la capital española.

Las similitudes con los horrores del once de septiembre en Norteamérica me parecen harto significativas. Desde el primer momento pensé en una acción de terroristas árabes, fanáticos, suicidas, que ya habían amenazado a Inglaterra y a España con una horrenda venganza por el apoyo a los norteamericanos en la invasión a Irak. Cuando, compungido, lacerado y aturdido por la tragedia de Madrid, escribo estas líneas, ya empieza a salir a la superficie la presumible acción de los árabes. La vertiginosa acusación la ETA realizada por el señor Aznar, jefe del gobierno español, responsable de la participación de fuerzas españolas en la invasión a Irak -que todavía no se justifica, porque no aparecen armas de destrucción masiva, ni peligros externos-, le cae perfectamente, porque lo exonera de una imprudente participación española en Irak y fortifica la fuerza de su gobierno contra el terrorismo de la ETA, que es cierto y despiadado, aunque con otras características. Todo en vísperas de elecciones de alto nivel.

El diario Al Quods al Arabi, editado en Londres, publicó un comunicado fecha 11 de marzo (el mismo día de la masacre madrileña), firmado por el escuadrón de la muerte de las Brigadas Abu Hafs al-Masri, Al Quaida, en el cual hacían de público conocimiento que «lograron penetrar en el corazón de los cruzados europeos e infligir un golpe doloroso a uno de los pilares de la alianza de los cruzados: España». Añade el documento que el ataque forma parte de un ajuste de cuentas con España, aliado de los Estados Unidos en su guerra contra el Islam. El comunicado fue difundido por la Agencia France Press.

Por otra parte, en Alcalá de Henares, situada a 35 kilómetros al oeste de Madrid, fue encontrada una furgoneta robada, con siete detonadores y una cinta con versículos del Corán en árabe.

Dificulto mucho que españoles, aunque sean vascos, un pueblo artiquísimo que viene luchando en una u otra forma por sus libertades desde su establecimiento en la región de Calahora, que ya en el quinientos ochentaiuno se sublevó contra los visigodos en tiempos de Leovigildo y realizó importantes conquistas en territorio español y también francés, por lo cual existe una Vasconia francesa (que éstos llamaron Gascuña o Gascogne), que luchó contra visigodos, francos, germanos y también contra los mahometanos, entre otros, dificulto yo, repito, que los vascos, por más extremistas y criminales que existan entre una minoría cerrada en terquedades asesinas, sean capaces de aliarse con los terroristas árabes.

Las magnitudes del horror de Madrid tiene el sello del horror de las Torres Gemelas de New York y los otros acontecimientos.

Es por ahí por donde hay que buscar.

No para excusar errores políticos.

Elevemos nuestros sentimientos al Padre Eterno, para que intervenga, perdonando nuestras tantas culpas, descuidos, comisiones y omisiones, e irrumpa, como furioso ciclón en nuestras vidas. Nos otorgue luz y paz.

Que rompa en pedazos lo del libre albedrío que nos sumerge en tinieblas de dudas e incertidumbres y, en vista de tantas estupideces -a menudo, dizque en Su Nombre-, nos mande un rayo de luz que ilumine los valores altos. Y justifique, al fin, el horrendo sacrificio de Jesús.

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