En torno a la habituación de lo maligno

En torno a la habituación de lo maligno

Nos inundan los ejemplos resultantes de meticulosos estudios patrocinados por afamadas universidades con respecto a los hábitos, sus daños y sus beneficios. Como no deseo fastidiar a mis gentiles lectores, empezaré con un ejemplo musical que esclarece los procesos de habituación. Para el común de las personas acostumbradas a escuchar música ruidosa y excitante, ya sea proveniente de expresiones primarias de origen africano o sofisticadas manifestaciones sonoras creadas por un Richard Wagner, Johannes Brahms, y no digamos Juan Sebastián Bach, una de las dos, a la que no están habituados, le resulta insoportable. Tan insoportable como la música china que escuché en el Lejano Oriente y que deleitaba y conmovía profundamente al auditorio de esos territorios, mientras yo escapaba sigilosamente, perplejo y respetuosamente perdido.

   Cuestión de hábito. Las percepciones y sus consecuencias penetran poco a poco, como un veneno imperceptible.

    Anne Anastasi, profesora de Psicología en la Universidad de Fordham, Estados Unidos, nos refiere en su libro “Psicología diferencial” (Aguilar, Madrid) diversos casos de habituación. Por ejemplo (continuando con la música), la aceptación agradada de disonancias sonoras que en otro tiempo fueron insoportables.

    El hábito de cierto ilustre compositor dominicano, ferviente admirador del melodismo de Giuseppe Verdi, lo llevó a decir que las Partitas y Sonatas para violín o cello solo de J. S. Bach no eran más que “un juaqui-juaqui”, debido a la necesidad de partir los acordes de las armonías en estos instrumentos de cuatro cuerdas y que sus melodías eran “muy pobres”.

   ¿A qué viene todo esto?

   A la certidumbre de que los humanos nos acostumbramos a todo.

   Al desorden, a la ignorancia irreverente, al abuso, a la injusticia y a la impunidad que disfrutan los altos delincuentes.

    Trujillo y su dictadura total, abusiva y sangrienta, ha venido a ser excusa para otro tipo de atropello al pueblo, mediante la “democratización” del delito y la impunidad esparcida sin límites. Ya no se trata del 10% obligatorio para el Partido Dominicano y los porcentajes que correspondían directamente al Generalísimo. Se trata de que, descabezada la dictadura, cualquier funcionario alto o medio, más o menos conectado, puede robar ilimitadamente, amparado bajo una inmensa carpa de impunidad y, como ellos saben dónde y cómo repartir y corromper, ríen y disfrutan, montados sobre “el profundo dolor y la miseria” de que hablaba Dante en su Divina Comedia.

     A lo que le temo es  a  que nos hayamos habituado a los malos manejos gubernamentales. A aceptar que la política es así. Un pestilente saco de mentiras.

    Mis esperanzas están situadas en los jóvenes que demuestran creer en cambios posibles, y han tenido éxito en sus protestas pacíficas, pero insistentes y tenaces, mediante tradicionales manifestaciones y, más efectivamente, con el uso de las redes sociales electrónicas.

   No se pueden voltear las tradiciones y prácticas políticas de un golpe como quisiéramos. Pero ¡hay tanto que corregir con desesperante urgencia!

 Nuestro país es prodigioso.

 Puede levantarse del desorden, y debe esforzarse en lograrlo.

 Pero hay que exigir solidez y sensatez en las transformaciones.

 Premiar lo premiable y castigar lo castigable.

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