En torno a realengos y viralatas

En torno a realengos y viralatas

HUGO TOLENTINO DIPP
Tengo la impresión, que a veces alcanza dimensión de certidumbre, que el Secretario de Estado de Interior y Policía, el señor Franklin Almeyda Rancier, es un incomprendido por los miembros de los medios de comunicación y por los opositores a su gobierno, particularmente por sus ex compañeros perredeístas, quienes deberían aceptar sus trapisondas verbales como parte de un estilo congénito.

Es de esa recurrente incomprensión que han surgido no pocas críticas a su último substancioso pronunciamiento, considerando que al funcionario se le han envanecido las hormonas del poder y ha traspasado de manera escandalosa los límites de la prudencia.

Las críticas han sido motivadas por unas frases dichas al desgaire, tildando al candidato del Partido Revolucionario Dominicano, al Presidente de dicha agrupación política y, de paso, a todos los perredeístas, de «perros realengos viralatas». Acusioso, minucioso, el Secretario no se conformó con esta simple expresión sino que a seguidas le aportó riqueza etimológica al agregar con su habitual e impactante parlería: «el perro realengo es el que pasa frente al carnicero y el carnicero le da los rastrojos y él recoje basura; pero el realengo viralata es el que voltea los zafacones. Y cuando ellos vienen al poder lo que hacen es voltear los zafacones…»


Ahora bien, no todos los dominicanos malinterpretan las frecuentes baladronadas del encumbrado funcionario, puesto que algunos amigos, peledeístas casi todos, han tratado de explicarme con argumentos edulcorantes y curiosos lo que otros, los incomprensivos, consideran como desmadre verbal del señor Almeyda Rancier. Uno de ellos, al parecer conocedor de las estratosféricas lucubraciones del Secretario, me expresó que la justa interpretación de sus frases citadas lleva a la conclusión siguiente: «lo que hizo el compañero Almeyda Rancier fue un elaborado ejercicio de parificación, una suerte de musaraña intelectual pensando que al igual que perrera, perrero y perrería la palabra perredé era etimológicamente familiar de la palabra perro». Razonamiento ingenioso el del amigo peledeísta, pero no puedo menos que valorarlo como un inteligente calambur.



Otro amigo peledeísta que se acercó a escuchar lo que su compañero me expresaba, ofreció a su vez el comentario que le merecían las frases de Almeyda Rancier: «Conociendo al compañero Secretario, bien enterado como estoy de su verbosidad, estoy de acuerdo con que no es fácil la dilucidación de sus razonamientos pero creo tener la justa explicación de este affaire de realengos y viralatas. El compañero Almeyda Rancier en uno de esos esfuerzos de su osada inteligencia se expresó de aquel modo de los perredeístas, convencido de que el hecho de ser Secretario de Estado de Interior y Policía le otorgaba poder y derecho al ejercicio del poder. Y a partir de esa apreciación consideró que sus frases de marras estaban totalmente autorizadas por el proverbio aquel que reza que para ofender no basta con querer hacerlo sino que es necesario poder». Tampoco quedé persuadido por este sofisticado comentario, aunque reconozco en él la finura del enjuiciamiento a la personalidad y al caletre del incontrastable Señor Secretario.



Aunque no recuerdo la o las materias que impartió el profesor Almeyda Rancier como profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y luego como Rector Magnífico de dicha casa de estudios, pienso que no le puede escapar que nuestros perros realengos y viralatas de hoy son los descendientes de aquellos canes traídos por el Almirante en 1493, en su segundo viaje a nuestra isla. Algunos de ellos eran de prosapia cercana a la de aquellos que aparecen en los bajorrelieves egipcios, trasladados a España por los árabes en todo el transcurso de su civilización Al Andaluz. En Santo Domingo se entremezclaron con otras razas llegadas de distintas latitudes, dando origen a ese extraordinario perro dominicano que por su necesidad elemental e impostergable de virar latas y zafacones ha terminado conociéndose por los motes realengos y viralatas.



Por otra parte, de seguro no ignora el profesor Almeyda Rancier que de indios, pero sobre todo de españoles y de africanos venimos embrollados la mayoría de los dominicanos. Es decir, la mayor parte de los representantes de las razas humanas que se dieron cita en nuestra geografía procedió de la misma forma que los perros: reburujándose sin pausa y sin grandes remilgos. Y los blancos y negros que no tuvieron oportunidad de conocer esos deleitosos intercambios se aplatanaron de igual modo y se hicieron también criollos, con las mismas virtudes y vicios que los abigarrados variopintos realengos y viralatas.



No se crea entonces que aquella pirueta cerebral particularizando en los perredeístas la cualidad de realengos y viralatas ha sido ofensiva, ya que no abrigo dudas de que el Señor Secretario, por sus conocimientos históricos, sabe muy bien que realengos y viralatas lo somos todos; lo soy yo, lo es él; lo son todos los peledeístas, sin excepción por rango o primacía, y lo son todos los demás dominicanos.



Y es que el profesor Almeyda Rancier, conocedor de la lengua española, de seguro estaba convencido de que al hablar con aquel tono no debió dar lugar a que juzgaran sus palabras como injuriosas, puesto que en un país sin titulaciones tradicionales, la dogmática gramatical del Diccionario de la Lengua Española consagra la voz realengo con las siguientes definiciones: «Dicho especialmente de un animal: que no tiene dueño». Es decir, la interpretación bien vale para los descendientes de los perros desembarcados en Santo Domingo junto al Descubridor, en su mayor número escapados al monte y multiplicados «por la libre». Y en lo que toca a los pueblos, y por línea directa a sus habitantes, nos dice el mataburros lo siguiente en la primera acepción: «Realengo. Dicho de un pueblo: que no era de señorío ni de órdenes». Y en efecto, como hemos vivido sin señorío y en permanente desorden, como los chivos o como perros sin ley, no ofendió el Secretario sino que, en un momento determinado, de manera circunstancial y tal vez descuidadamente, particularizó en los perredeístas sus devaneos filológicos.

Imitando las cabriolas del discernimiento del Secretario Almeyda Rancier y para terminar estas notas, me voy a permitir enriquecer sus ideas estableciendo dos nuevas categorías de realengos viralatas dominicanos:


1  Los que viran latas por necesidad, por exclusión, por hambre.

2  Los funcionarios que viran hacia sus bolsillos las latas (arcas) del Estado, es decir los dineros de los realengos y viralatas dominicanos.

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