En torno a una muletilla

En torno a una muletilla

Hace algunos días se comentó en la sección `Qué se Dice’, de «HOY», la muletilla, que parece irresistible u obligatoria, de mencionar al Presidente «cada vez que un funcionario abre la boca», sea para contestar una pregunta periodística, o durante la inauguración de una plaza de chimichurris en la frontera. Referíase a la experiencia desagradable, tal vez para él inédita hasta entonces, vivida por un funcionario del área de Educación Superior de gobierno, que es, además, ciudadano correcto y respetado, al caerle encima y tener que soportar «una avalancha de abucheos», al decir un discurso en un acto académico. No es la primera vez que ocurre en la administración. En dos conciertos públicos pasó lo mismo. Dícese que también en un estadio de béisbol.

Como no viví regímenes anteriores al 1930, desconozco si entonces pasaba igual. Coincido con el columnista en que esa muletilla es una herencia de la Era que era. También en lo de que, sabiéndose que un presidente de la República, en una democracia moderna, no gobierna solo, «quizá sea la hora de que reduzcamos la figura presidencial a dimensiones más humanas e institucionales».

En cuanto a que el uso de la muletilla citada es una herencia de la Era que era, basta recordar el estremecimiento político ocurrido en los años 50 en Santiago. Se celebraba en el Hotel Matum un acto en homenaje al destacado jurista licenciado Federico C. Alvarez con ocasión del cincuentenario de su ejercicio profesional. El orador que hizo la dedicatoria, Eduardo Sánchez Cabral, abogado también, olvidó, o no quiso, o no le pareció necesario, o simplemente no le dio la gana de mencionar al Jefe. Ay, carajo, se armó la de no te menees. Todos los funcionarios que allí habían estado, entre ellos naturalmente los principales de la provincia, fueron destituidos a la velocidad del rayo. Hubo algunos sometimientos a la justicia. Editoriales de la época condenaron la «barbaridad» en ásperos términos. De todas partes le llegaron al Jefe mensajes laudatorios a su persona, ratificándole «adhesión incondicional a su política y obra de gobierno».

Debe entenderse que se vivía un régimen tiránico. Sólo si se conoció se sabe lo que era aquello. Entonces ciertamente era obligado mencionar al Jefe absolutamente en todo, en los mejores términos. La crónica de ayer hubiese atribuido a la «sabia política de protección y apoyo del Jefe» los triunfos de los peloteros Pedro Martínez, Sammy Sosa, Alex Rodríguez, Albert Pujols, Felipe Rojas Alou, Tony Peña, como del velocista Félix Sánchez.

Entiendo que a la mayoría de la gente le place sentir inflado su ego. Para que no sea así hace falta una carga emocional de humildad muy intensa. Por eso es difícil la desaparición de la muletilla. Hay funcionarios que actúan así por adulación. Nacen con vocación para adular.

Bacon decía que «la bajeza más vergonzosa es la adulación». Maquiavelo cita esto en El Príncipe: No quiero pasar en silencio un punto importante, que consiste en una falta de la que se preservan los príncipes difícilmente, cuando no son muy prudentes o carecen de un tacto fino y juicioso. Esta falta es más bien de los aduladores. Según el florentino, «de ellos están llenas las cortes, pero se complacen tanto los príncipes en lo que ellos mismos hacen, y en ello se engañan con una tan natural propensión, que únicamente con dificultad pueden preservarse contra el contagio de la adulación».

La obra trae además esta cita: «No hay otro medio de preservarte del peligro de la adulación, más que hacer comprender a los que te rodean que ellos no te ofendan cuando te dicen la verdad».

El comentario de Napoleón fue, «consiento en ello, pero ¿querrán decírmela?

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