En torno al modernismo y lo humano

En torno al modernismo y lo humano

Han habido muchos movimientos modernistas en la historia. No cabe duda. Cada cambio, cada innovación es una modernidad. Una vez lo fue la flecha y los dardos que herían gravemente al enemigo desde cierta distancia; también fue modernidad la invención de la rueda…

Hoy, con la difusión relampagueante del pensamiento, con la propagación alucinante de la inquietud, el fuego de Prometeo chispea por doquier, haciendo antorchas, hogueras de ideas o chamuscando apenas de inquietud un torpe germinar del pensamiento.

Aunque duele que exista todavía tanta injusticia entre los humanos, tanta despreocupación por las carencias que padecen incontables mayorías, quiero usar una especie de Bálsamo de Gilead –esa legendaria sustancia que aliviaba los dolores– reproduciendo lo que Charles Frankel escribió en su libro “En defensa del hombre moderno”, publicado en español por Libreros Mexicanos Unidos en 1964.

Frankel dice, “si abunda en nuestros días un sentimiento de culpabilidad y de fracaso se debe, en parte, a que se han intensificado las ideas humanitarias, y a que los sentimientos morales de muchos hombres y mujeres corrientes tienen un alcance inconmensurablemente mayor que los hombres del pasado, a excepción de los dirigentes gloriosos de la humanidad.

“Si la gente tiende a creer que los seres humanos de este siglo (el XX) tenemos un talento especial para el pecado, es porque los desastres colectivos que hemos pasado, son, casi todos, obra manifiesta de los hombres, prueba del poder humano, que representa un estado de cosas totalmente nuevo en nuestra experiencia. Si la pobreza nos abruma con su peso, es porque no creemos que sea inevitable”.

Respecto a esta idea, el filósofo, escritor y educador Herbert Marcuse, (+1979) afirmaba en “El fin de la utopía” que “Apenas hay hoy un científico o un investigador digno de tomarse en serio –inclusive en la economía burguesa–, capaz de negar que con las fuerzas productivas técnicamente existentes, sea posible –tanto material como intelectualmente– la eliminación del hambre y la miseria, y que aquello que hoy sucede se deba a la organización sociopolítica de la Tierra”.

Frankel opinaba que la revolución de la modernidad no ha sido tan solo material o intelectual, sino una revolución moral de extraordinario alcance.

En verdad creo que el hombre de hoy se preocupa y ocupa de aspectos de índole moral que nunca antes merecieron su atención, pero algo que no ha cambiado es el interés por desconectarse del pasado –cercano o lejano– a fin de no compartir responsabilidades por los muchos yerros, pifias y desatinos que cometieron sus antecesores. También para acentuar su individualidad.

Es que resulta cómodo mantenerse lejos de responsabilidades por malas acciones de quienes nos antecedieron… malas acciones que si bien no las cometimos nosotros directamente, sí las disfrutamos con toda tranquilidad, al parecer agarrados de aquella pícara guaracha que decía: “Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba ahí”.

En eso de responsabilidades, decencias y valentías… bueno… en eso estamos peor.

Por lo visto, nadie sabe nada de nada.

Ni siquiera de los delitos que acaba de cometer.

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