En un vibrante regocijo sinfónico

<P>En un vibrante regocijo sinfónico</P>

Nos enseña el libro bíblico de Ben Sirac acerca de la Sabiduría, que existe un tiempo para todo, un momento en que las cosas, buenas o malas, se producen. ¿Destino, o algo más allá de lo que, empinándose, alcanzan las limitaciones humanas? 

No lo sé. Creo que nadie lo sabe.               

¿Cuántos esfuerzos tesoneros, tercos, obstinados, hasta impertinentes, no  han realizado los directores titulares de la Orquesta Sinfónica Nacional, desde aquel mes de agosto de 1941 en que Trujillo la fundó como tal –cuando hasta el calor del verano era temeroso de excesos por  evitar la eventual ira del temible dictador ante una “impertinencia”? Pues los directores, Enrique Casal Chapí –el primero-, Abel Eisenberg, Roberto Caggiano, Manuel Simó, yo, Carlos Piantini, Rafael Villanueva, Julio De Windt, Alvaro Manzano, elevamos nuestras voces hacia el alto poder estatal, obteniendo ventajas siempre insuficientes. Aunque mis peticiones al Presidente Jorge Blanco redundaron en la contratación de músicos extranjeros y aumentos de sueldo a los instrumentistas nacionales, mi gestión no logró “sanar” la Sinfónica, enferma de carencias fundamentales. Me retiré sabiendo que no podía hacer más, pero convencido de que Carlos Piantini tenía el equipo humano necesario para levantar la Orquesta. Así fue. Carlos, apoyado ampliamente por  Pedro Rodríguez Villacañas y su esposa Margarita Copello, junto a un noble grupo de empresarios, crearon SINFONIA, una entidad de formidable apoyo a la Sinfónica.

Hoy nos regocijamos grandemente al enterarnos de que el Presidente Fernández ha designado –el pasado viernes- al talentoso músico, de amplio espectro, José Antonio Molina, director titular de la Sinfónica.

Pero no se trata de la designación de un nuevo director. Se trata de la incorporación de un personaje que, a su indiscutible talento como pianista, compositor, director musical y arreglista, añade insoslayables capacidades organizativas, claridades disciplinarias e imprescindible  don de mando. El Decreto No. 245-09 del Presidente Fernández, excepcionalmente extenso, luce como poseedor de la contundencia sanatoria, de una exitosa operación quirúrgica en la cual no se quita sino se añade, no se descarta sino se complementa, se completa, se agrega lo imprescindible para una valiosa función. Instrumentistas nacionales  justamente retribuidos, contratación de músicos extranjeros sin los cuales no puede existir una Sinfónica, una Sala de Ensayos  facilitado por la Fundación Sinfonía y el maravilloso entusiasmo de Margarita Copello de Rodríguez, fervorosa seguidora de las acciones de Pedro, su esposo (que Dios tenga en Gloria).

Una tarde de domingo parisino, en la paz de la Embajada Dominicana cerrada, puse mi vista en un álbum de recortes. Por extraño que parezca, me sorprendí de que mi vida, desde la edad de trece años, estaba ligada a la Sinfónica Nacional. Hoy me entero, con gran alegría, de las disposiciones del Presidente Fernández, que penetran en un espacio importante en mi existencia terrenal. Quiero finalizar  con una frase del Decreto Presidencial: “…se hace necesario revalorizar la importancia cultural y artística de la primera institución musical dominicana, procurar su superación  profesional, la dignificación de sus miembros y la colocación de la misma en un nivel artístico competitivo a escala mundial”. ¡Gracias, Presidente, gracias Molina, gracias.

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