En verdad Aída  no  perdonó a su abuelo

En verdad Aída  no  perdonó a su abuelo

MADRID. Desde la distancia de mi exilio familiar, a lo lejos, desde España, me permito resumir una carta que aparece al final de mi novela “A la Sombra de mi Abuelo”, que, al parecer, poca gente ha leído.

Conozco de las pasiones que genera el nombre de mi pariente. Y las conozco en carne viva.  Soy una proscrita de la familia Trujillo, y de muchos de sus allegados, la cual me ha rechazado, en su gran mayoría, por entender que soy “anti-trujillista”, debido a que he sido la única en cuestionar el ejercicio del poder de Rafael Leonidas Trujillo.

He visto las cartas y comunicados atribuyéndole la condición de “trujillista” a mi obra. Cartas firmadas por destacados y respetables intelectuales.

¿Habrán leído esto?:

Querido abuelito:

Yo no soy quién para juzgarte  ni a ti ni a nadie. Sin embargo, a mis recién cumplidos cincuenta años, me doy cuenta de que mis sentimientos hacia ti siguen siendo paradójicos. Y, a estas alturas, tengo asumido que lo serán hasta que me muera.

Las últimas vivencias a tu lado, las memorias que entonces cobijé en mi mente como oro en paño, ¡son tan distintas a lo que descubrí más tarde! Aquel a quien yo conocía y amaba tanto era un abuelo tierno y un mandatario justo, no el hombre despiadado y cruel del que la historia habla. Te juro que al principio creí falsa toda la información que sobre ti venía en los libros. Y no reconocía en ella a ese hombre que fue mi adorado viejo.

Descubrí, además, que el lugar donde te mataron es sitio de conmemoración. El visitante se entera de que en aquel lugar, finalmente, después de unos larguísimos treinta y un años, unos hombres valientes libraron a su país de tu tiranía.

Hay una canción, que me gusta  muchísimo, cuyo autor es Joan Manuel Serrat, y que termina diciendo: “Nunca es triste la verdad… lo que no tiene es remedio.”

Esa verdad me hace sentir que nunca más podré volver a vivir en el país que me vio nacer. De algún modo, siempre seré una exiliada. Porque, después de ti, el apellido Trujillo significa destierro. Si me empeñara en regresar a vivir aquí tendría que alcanzar una madurez intelectual y espiritual a la que no creo poder llegar nunca. Siempre me señalarían con el dedo, hiciese lo que hiciese. Perdería mi identidad como persona porque no sería Aída, sino la nieta de Trujillo. No tendría libertad, ni independencia, ni autonomía, cosas por las que tanto he luchado. No sabría si debo revelar mi apellido, si puedo hablar claro, si se me está permitido abrir mi corazón a un desconocido. Porque nunca sabría si ese desconocido, fue en algún momento de su vida perjudicado por ti.

Gracias a ti no conocí hasta muy tarde lo duro que es ganarse la vida.

Sin embargo, la culpabilidad que he sentido de forma intuitiva durante tantos años, ha sido una carga demasiado pesada para mí. ¡Las cosas, para comprenderlas, hay que vivirlas!

Ahora, después de tanto sufrir rebuscando en lo más recóndito de mi subconsciente, sé el por qué de mi rechazo al dinero, al poder, a la prosperidad. Ahora sé por qué, en mi fuero interno, los sentía como algo sucio, perjudicial. Eso es lo que aquella niña percibía. Debo a aquella etapa de mi vida, cuando aún era demasiado pequeña para discernir, la decisión inconsciente de renunciar a toda bonanza.

Yo capté e integré en mí una culpabilidad,  la tuya, que me hizo sentir responsable de tanto dolor. Y, ya de adulta, incluso antes, empecé a regalar, a desprenderme, a mantener a personas que no lo merecían, a despilfarrar, casi nunca invirtiendo en mí misma. En fin, a desasirme por completo de ese peculio que, sin saberlo, consideraba contaminado por la maldad.

Fue cuando empecé a darme  cuenta de los pensamientos negativos subyacentes en lo más profundo de mi mente. Unos pensamientos que repulsan el bienestar económico por estar íntimamente relacionados con el abuso y el crimen.

La familia es otro de tus legados. Una familia convencida de que tú eras un benefactor tanto para tu patria como para tu prójimo. Ellos se sienten amenazados o culpables y no quieren ver de frente cómo fueron realmente los acontecimientos de la “Era de Trujillo”. Cuando he hecho pública mi opinión al respecto, su reacción ha sido querer destruirme. He sido objeto de amenazas y desprecio por parte de ellos por decir lo que siento. Curiosamente me han amenazado también aquellos que dicen estar en tu contra, aunque pueda parecer increíble.

La vida me ha demostrado  que los lazos de sangre no son los que realmente unen, sino los sentimientos y los hechos. Por eso he tenido que separar tus dos personalidades. Tu recuerdo viene a mi memoria cada vez que evoco mi infancia en Dominicana. Tú fuiste mi abuelo pero, si no fuese por el inmenso e inolvidable amor que yo recibí de ti, ya te habría destronado del altar de mi devoción. De hecho, hubo una época en la que me parecía que ya lo había conseguido. Sin embargo, no es así. Lo que sí he logrado es sustituir esa devoción ciega por un amor puro, consciente y verdadero.

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