En vez de tregua, suspensión

En vez de tregua, suspensión

TEÓFILO QUICO TABAR
Todos los años para esta fecha leemos casi siempre un titular en alguno o en varios medios de comunicación, en el sentido de que alguien, generalmente un destacado miembro de la iglesia católica, solicita una tregua política navideña.

Esa tregua, que pocas veces se explica detalladamente, pero que la mayoría se la imagina, realmente no se produce porque sencillamente lo que hacen los partidos y en especial el gobierno que son los que conforman el paquete a quien va dirigida la petición, es ajustar sus actividades a la fecha y en vez de cuñas o spot referentes a la pelota, a los repartos o a los motivos propios de cada uno, lo cambian por mensajes que no dejan de ser actividades políticas ni significa tregua de ninguna especie. El país está tan politizado de arriba abajo y en especial en los períodos pico tanto de las elecciones presidenciales como las llamadas de medio tiempo o sea, las de municipios y Congreso, que los temas que priman en cualquier actividad, a pesar de lo que cada un siente o padece, son los temas referentes al comportamiento electoral y simpatías.

En cualquier actividad, por ajena que esta sea de lo político o de los partidos, de una forma u otra en algún momento cae como llovizna inesperada, ya sea por los precios, por lo difícil, por el tránsito, por la agonía que se vive, por la sobrecarga de propaganda televisiva o radial.

Cuando cualquier ciudadano, sobre todo ahora que estamos de lleno en pelota, se sienta en su casa junto a su familia a ver u oír un juego, no solo no puede concentrarse en las jugadas porque los anuncios no le dan chance para ello, sino que la propaganda política cambia tan rápido como de jugada. Si llega quieto a primera, si está a punto de poncharse, si recibe cuatro malas, como sea hay una cuña política que casi no le permite a los narradores cumplir con sus tareas o ni siquiera respirar.

Las funditas, las canastas, los regalos, las presentaciones de orquestas, las actividades propias de la temporada navideña, todas van cargadas de un sello político-partidista, con mucho más notoriedad la oficial, que dejan de lado el llamado hasta ingenuo de las jerarquías religiosas a una tregua navideña.

Pero tregua para qué y tregua para quién. La tregua debería ser para que se retiren todas las actividades que no sean propias de lo que se celebra, que en realidad es la natividad del hijo de Dios. Lo que deberíamos celebrar con una larga fiesta, es el cumpleaños del que vino al mundo a dar amor y perdón. Del que vino al mundo a ofrecer su vida como testimonio de que Dios existe y de que la vida continúa después de la muerte.

La tregua que se solicita es como una especie de «time out» por unos días y luego que continúa el rebú con puño a que nos acostumbran el gobierno y los políticos ante la mirada complaciente de casi la mayoría pero en especial de aquellos que tienen la oportunidad de dirigir y hacer solicitudes como la de la tregua que en realidad nos se produce, sino que cambia de escenarios.

Ojalá la próxima Navidad y Semana Santa, en vez de solicitar tregua, haya más decisión en solicitar que se acabe el relajo de utilizar las fechas propias de Dios en asuntos que más bien se asemejan, como dice un sacerdote, a cosas del enemigo malo. Ojalá que se busque un lenguaje más auténtico para llamarle al pan, pan y al vino, vino.

Mejor sería llamarle suspensión, pausa, licencia, vacaciones, asueto, que todas significan dejar de actuar de cualquier forma. Dejar de realizar las actividades que se venían haciendo con regularidad, pero no cambiando solo la forma, sino simplemente dejar de hacerlo de una forma y de otra.

Con el mayor respeto a mi jerarquía católica, no me gustan esos llamados, porque parece ser como si no les hicieran caso y porque se pueden mal interpretar que solo se busca ponerle freno a alguno y no a todos.

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