En los años que laboré en la Dirección General de Bellas Artes tuve el honor y el privilegio de codearme con grandes maestros de la música, del teatro, del folclor y de la danza clásica, de la escultura y de la pintura, y escritores que en vida iba a pensar conocerlos y aun, tratarlos de “tú a usted”. Unos de esos personajes que conocí fue el poeta y pianista Manuel Rueda, en ocasión de que él iba a actuar como pianista en la Orquesta Sinfónica Nacional, donde yo era director de prensa. Antes de conocerlo personalmente, ya lo conocía por su literatura, principalmente por sus obras teatrales, ensayo y poesía como “Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca”, “El rey Clineja” y “La trinitaria blanca”, entre otras, que debíamos leer cuando estudiamos arte dramático. Manuel Rueda fue literato excepcional, con una sensibilidad fina e innata. Como pianista, era un virtuoso y varias veces tocó con la OSN, bajo la batuta del maestro Piantini. Aún conservo varios ejemplares del suplemento “Isla Abierta” que Manuel Rueda dirigía y que se publicaba cada sábado en este diario.