Constituye un acto de valentía lo expresado por la presentadora de televisión y actriz Kiara Romero, al declarar públicamente en el programa de Francisco Vázquez que fue violada a los 9 años por su padrastro. En una especie de catarsis dijo la bella Kiara, “le perdí el amor a la vida, me perdí el amor a mí misma, pero entonces Dios me encontró”. Algunos comentaristas de seguro prefieren farandulizar el tema, pero yo no, no me presto a esa vagabundería. Lo que dijo Kiara adquiere una connotación seria y responsable. Es un avance que ya las mujeres del medio están perdiendo el miedo y la vergüenza de hablar sobre violaciones sexuales que sufrieron de algún familiar o de figuras públicas. Conozco un caso, de muchos, de una novata presentadora que estaba buscando empleo y fue a la oficina de un productor, después de la entrevista, ahí mismo fue violada sexualmente. El depredador le dijo que si lo denunciaba, nadie se lo iba a creer. Amparado en ser figuras públicas, que se creen intocables, omnipotentes, semidioses, esos “seres extraterrestres” aun siguen desflorando la pureza de sus víctimas que buscan oportunidades para abrirse camino en este difícil medio. En el caso que atañe a Pablo Ross, acusado de incesto, me da mucha pena y vergüenza, porque conozco a Ross antes de estar en los medios, desde cuando él era testigo de Jehová y pasaba los sábados por mi calle.