Las niñas admiran a papá y los niños a mamá, esta actitud es común en los más pequeños y es el fenómeno que llamamos complejo de Edipo y en ellas, complejo de Electra, etapa que para superarse con éxito requiere que entendamos como vital la relación de los padres como pareja.
Sigmund Freud fue el encargado de desarrollar la teoría psicoanalítica del complejo de Edipo/Electra. Lo que consiste en un conflicto de emociones por parte del infante en relación con sus progenitores. El complejo de Edipo “positivo” aparece cuando el niño ve al padre del mismo sexo como un rival y, a su vez, siente atracción sexual por el del opuesto. Sin embargo, el complejo de Edipo “negativo” radica en la atracción hacia el padre del mismo sexo y odio hacia el progenitor del sexo opuesto. Estos complejos se desarrollan entre los 3 y 6 años, en el período de la vida que corresponde a la denominada fase fálica del desarrollo psicosexual. Esta atracción debería declinar en el período denominado latencia (de los 6 a los 10-11 años) para volver a reactivarse durante la pubertad.
Por eso es común que notemos en los niños de tres a seis años, las declaraciones de amor, ese enamoramiento de mamá (o de papá) que corresponden a una etapa muy importante en su maduración psicológica. En sus fantasías, el niño enamorado de su madre trata de evitar al rival paterno; aunque más tarde se identificará con él y elegirá fuera de la familia a su mujer. Así como la niña también se enamora de su padre y asume en algún momento que tendrá que esperar a encontrar a otro, es donde deja de rivalizar con la madre y se identifica con ella.
Esta constelación psicológica lejos de ser patológica, estructura las relaciones afectivas que tendremos más tarde, cuando el niño dirija su deseo hacia personas ajenas a su familia. Una continuación de los padres como adultos a los que el niño ama son las profesoras, es muy habitual que se sienta fascinado por alguna, sobre todo en los primeros años de colegio. El maestro es un adulto que lo sabe todo y se convierte en el primer modelo a seguir fuera del hogar. Cuando este amor se instala con demasiada intensidad en la adolescencia, señala un apego excesivo a alguno de los padres y las dificultades de elaborar las relaciones edípicas.
Resulta substancialmente necesario que el niño pueda expresar sus sentimientos y que sea escuchado con respeto, sin ridiculizarlo. Los padres debemos estar muy pendientes de esto, y aclararle que, si bien ahora es imposible ser novio de mamá, más adelante tendrá una novia como ella. Ya en la pubertad, cuando comienzan a hacer intentos de manejarse con autonomía y despegarse, los vecinos, los amigos o compañeros de clase pueden ser objeto de idilios apasionantes que reclaman gran parte de su interés.
Cuando existen peleas u hostilidades sostenidas -ya sean “abiertas” o «disimuladas»- entre los padres, el niño abrigará durante más tiempo y con más seriedad la esperanza de que pueda sustituir al rival y convertirse en la mujercita de papá o el pequeño amante de mamá. Esta situación no es nada sana para los pequeños y puede conducir, en el peor de los casos, a dificultades en su trato con el sexo opuesto.
De ahí, que sea necesario que los padres marquen claramente algunos límites en la etapa de desarrollo sexual y emocional de los niños, porque el niño de tres años ya ha comprendido que existen diferencias entre los sexos, y nota que sus padres están unidos por lazos afectivos. También se da cuenta de que la relación entre su padre y su madre es distinta a la que él tiene con ellos. Y precisamente esto es lo que hace que surjan celos y que el amor hacia su madre, hasta entonces muy infantil y caracterizado por la dependencia, adquiera ahora esos matices de apasionamiento y romanticismo.
Para manejar adecuadamente esta etapa, debemos promover que nuestros hijos siempre nos tengan confianza, pues de esta forma tendremos la posibilidad de orientarles en su proceso de maduración psíquica, ayudarles a expresar sus sentimientos y dirigir su atención hacia los intereses que mejor les formen.