Enamorado de una glúteos locos

Enamorado de una glúteos locos

Mujer coquetísima, desde la adolescencia, y en la década del cincuenta, no usaba brassiere, prenda interior a la que denominaba daña pechuga.

Alardeaba de que a los cuatro años de edad había compartido besos y caricias en el zaguán de su casa con un niño mayor que ella.

En las fiestas los muchachos se disputaban el placer de bailar con ella, pues apretaba a la pareja con fuerza de luchador olímpico.

En una ocasión circuló el rumor de que había ido cuatro domingos seguidos a la misma sala de cine con igual número de novios.

Más de una amiga se enemistó con ella porque le arrebató el novio, o porque intentó hacerlo sin conseguirlo.

Al sentarse, enseñaba los muslos y sectores aledaños, y alguien aseguró que una vez se sentó tan mal, que mostró el segundo apellido de la bisabuela materna.

Se estrujaba en un cine con un novio, cuando llegó otro de sus propietarios sentimentales y se entraron a trompadas, mientras la disputada escapaba velozmente del lugar.

Durante mis años del bachillerato entablé relación de amistad con un condiscípulo de encendido sentimentalismo, quien se enamoró perdidamente de la coleccionista de representantes del sexo opuesto.

Al solicitar mi opinión sobre sus posibilidades de éxito, le dije que no había conocido ningún pretendiente fallido de la casquivana jovenzuela.

Pero luego de un par de semanas de asedio, la fogosa damita me dijo que mi amigo era uno de los pocos hombres que no la atraía, pese a que no era propiamente feo.

Sorprendido, tardé unos días en enterar al ardoroso enamorado de su fracaso, y su reacción me sorprendió aún más.

-Me voy a suicidar hoy mismo, pues no soportaría la vergüenza de ser rechazado por una levente, de quien se ha llegado a decir que cuando le presentan un hombre que le gusta, en lugar de darle la mano, lo agarra por sus atributos varoniles.

Durante más de una hora le hablé sobre lo absurdo de su pensamiento, y cuando se marchó hacia su casa lo llamé a su teléfono, y tuve la suerte de que lo tomó él.

-No te preocupes, Mario, porque en lugar de suicidarme decidí beberme un vaso de jugo de naranja con leche, que la gente llama morir soñando; y sabes que dormido es la mejor forma de irse para el otro mundo.

Suspirando aliviado,  colgué el auricular sin despedirme.

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