TONY PÉREZ
BOGOTÁ, Colombia.- La capital colombiana se mexicaniza. México, Distrito Federal, pierde poco a poco su casi exclusiva mala fama de estar atrapado por nubes preñadas de humo negro y rojizo que impiden ver las estrellas, porque las tardes del cielo bogotano comienzan a perder su brillo y se vuelven plúmbeas en la medida que los trancones o tapones son más insufribles.
Pero los colombianos parece que no quieren repetir la experiencia de contaminación de sus vecinos. Quizás entienden que ya son suficientes los estigmas y estereotipos de narcotraficantes y de violentos que les han tirado encima y que les hacen sospechosos de entrada en cualquier rincón del mundo.
Académicos, periodistas, comerciantes y personas de a pie, incluyendo a los conductores de los taxis amarillos, me han dicho que sienten preocupación por el aire enrarecido de las tardes. Y me parece que no son opiniones aisladas pues he visto en el diario La República del lunes 25 de septiembre un anuncio de la Alcaldía Mayor de Bogotá. D.C. sobre eso que ellos llaman Intermodalidad Urbana.
El propósito es promover en los ciudadanos el uso de las diferentes formas de movilidad disponibles. También invitar a la ciudadanía a explorar otras formas de movilizarse en la ciudad y a optimizar el uso del vehículo particular.
Con su divisa Bogotá sin indiferencia, la Alcadía recuerda que la ciudad cuenta con 340 kilómetros de ciclorutas (espacios privilegiados para las bicicletas y medios similares); más de un millón de metros cuadrados de andenes, zonas peatonales, espacios públicos recuperados, siete troncales, 80 kilómetros de vía troncal, el transporte de un millón 200 mil pasajeros por día y un sistema de taxis.
En los programas de la televisión he visto que las autoridades también han dispuesto medidas complementarias, como el control en las salidas diarias de taxis y autos privados para contribuir con el despeje del tránsito y la consecuente disminución de la descarga de humo y hollín.
Más vale tarde que nunca. Aunque en esa metrópolis de Sudamérica el caos en el tránsito parece irreversible por momentos, la combinación de búsqueda de soluciones por parte del gobierno municipal y voluntad de cooperación ciudadana son variables que invitan al optimismo.
República Dominicana tiene ahí un espejo para mirarse temprano. El desorden en el tránsito aquí rompe todos los parámetros. Todos salen con sus vehículos al mismo tiempo.
Todos quieren ir delante. Muchos violan las señales de tránsito. Cualquier chatarra va a la calle con su tanque de gas licuado mal instalado, más las carretas tiradas por caballos huesudos y los motoristas que serpentean sin reparo por las brechas inimaginables entre vehículos privados y públicos. No valen los túneles; no valen los elevados; no valen los puentes para vehículos ni los cruces peatonales (no los usan). Tampoco valdrá el metro, si todos no se interesan por solucionar el problema que todos crean. Ruido, monóxido y 37 grados Celsius de temperatura es mientras tanto el resultado de la fórmula del caos entronizado cada día más en los tuétanos de mucha gente.
El Gobierno es el responsable de organizar el tránsito en la provincia Santo Domingo y el Distrito. Puede comenzar ordenando el servicio de taxis, con carros cómodos y limpios, taxímetros instalados y colores específicos, conducidos por hombres decentes y honestos que no sobrevalúen los precios. Igual con las rutas del transporte colectivo. No importa que los sectores público y privado se repartan el pastel. Pero es imprescindible que uno y otro garanticen alta calidad en el servicio a los usuarios, so pena de cancelación de la licencia de operación. Debe ser un transporte público de compromiso, alejado del chantaje, la corrupción y las diatribas políticas.
Para complementar, Autoridad Metropolitana de Transporte debe dejar la desidia en algunos momentos y la actuación por rabia en otros. Sus agentes deben rescatar un poco el respeto que habían ganado con su trabajo intenso y casi siempre honesto. Deben imponer su autoridad sin traspasar la frontera de la violación de los derechos de la gente.
Bogotá, México y Santo Domingo tienen muchos encantos envidiables y un indeseable denominador común: desorden en el tránsito vehicular y todas las formas de contaminación del ambiente. Cualquier asomo de indiferencia frente a este problema, implicaría la sepultura de los detalles que hacen volver a estas tierras de resistencias.