Encuentro con el Cónsul General de Dios

Encuentro con el Cónsul General de Dios

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Es que he entrado a una farmacia esta mañana, con el natural temor que justamente inspiran estos negocios, que además de esquilmarnos con unos precios aterradores e injustificables, venden unos medicamentos «baratos» que son una estafa y a los pocos días hay que comprar los «caros». En mi torpeza, olvidé que en esa farmacia, cercana a un Centro Médico, actúa como dependiente un fanático religioso que, con los ojos brotados de excitación, conmina al cliente a que «se arrepienta de sus pecados» y acoja a Jesucristo, «que está a punto de llegar, blandiendo una espada de fuego».

Un par de meses atrás yo había estado en esa farmacia y, desconociendo la ferocidad religiosa de este dependiente (que parece jefe, dueño o investido de tal fuerza sobrehumana que los demás lo toleran) le seguí la corriente cuando me afirmó: «Jesús te ama». Y fui honesto. Le repuse: «Ya lo sé, también lo ama a usted, nos ama a todos, sufrió las torturas de la crucifixión para nuestra salvación».

El hombre quedó momentáneamente desconcertado. Fue a buscar el medicamento que le había pedido con aire obnubilado. Me lo entregó pero me lo arrancó de la mano bruscamente mientras me disparaba una interminable ráfaga de citas bíblicas que si me eran conocidas lo hacían enfadarse más. Sorprendido, intenté explicarle que Jesús detestaba a los fariseos, los hipócritas que se pasaban el tiempo proclamando sus virtudes a los cuatro vientos y que, preguntado acerca de cómo se debía orar, había respondido que estando a solas en su habitación, se levantaba el espíritu para expresar: «Padre Nuestro que estás en los Cielos…» etc. le quité el medicamento, me dirigí a la caja, pagué y me marché bajo una lluvia de gritos: «Arrepentíos, acojed a Cristo o arderéis en el infierno!».

Se me había olvidado aquel episodio. Al volver hoy a la farmacia, sentí que se me clavaban un par de ojos apocalípticos. Ahí estaba el individuo. Pensé en devolverme pero me pareció cobardía o grosería (conflictos de la buena educación doméstica). Pedí el medicamento que necesitaba y él me lo entregó sin comentarios pero con una mirada feroz. Entonces llegó un compañero de la misma secta que desde la puerta, tras la introducción de «Jesús te ama», soltó una retahíla de citas bíblicas incoherentes, sacadas de contexto y terriblemente amenazantes para quienes «no aceptaran a Cristo Jesús». El dependiente me señaló.

– ¿Usted no acepta a Cristo Jesús?- me dijo con la terrible voz de un Tomás de Torquemada, aquel terrible inquisidor español del siglo quince.

– ¿Quién le dijo tal cosa? Trato de seguir, lo mejor que pueda, sus maravillosas enseñanzas- repuse.

– Pero Ud. no proclama abiertamente esa tal fe.

– Creo que la fe es algo interno, es una comunicación de confianza en el Creador y un propósito de ser consecuente con lo que sufrió Jesús por nosotros, para beneficiarnos.

– Si usted acoge a Cristo tiene que proclamarlo a viva voz, no en un rincón- vociferó el dependiente.

Entonces, saliendo de detrás del mostrador de vidrio, junto a su compañero recién llegado, me tomó por los brazos, asegurándome que si no hacía en ese momento cierta oración de arrepentimiento con ellos, «no sería salvo», el cielo me sería negado.

Mi respuesta fue extrañamente oportuna.

– ¿Es que usted es el Cónsul General de Dios?

Y me fui.

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