ENCUENTRO CON EL LENGUAJE
“El lenguaje, que puede soñar la sabiduría” (Borges)

<STRONG>ENCUENTRO CON EL LENGUAJE</STRONG><BR>“El lenguaje, que puede soñar la sabiduría” (Borges)

Por GUIDO RIGGIO POU
Vamos a abordar un tema fascinante, un tema que ha sido minuciosamente explorado por muchos pensadores, el  lenguaje, la capacidad de comunicar que posee el ser humano.

 Obviaremos  las  diferentes proposiciones formales que sobre el tema se han elaborado, para limitarnos a echar una sencilla mirada  en torno al  alcance del lenguaje, de la lengua, del habla, en su manifestación oral o escrita en la comunicación diaria.

Sabemos que el lenguaje  al accionar  ya estructurado como lengua  se constituye en  un artificio eficiente que nos permite  abstraer, conceptualizar, organizar  y trasmitir los elementos del pensamiento elaborados por nuestra capacidad cognoscitiva, y que son sospechados por las informaciones sensibles que reciben nuestros sentidos, manifiestos o no, en su interrelación con la realidad que nos rodea y asombra.

Basada en la  virtud del lenguaje es que la idea puede estructurarse en sucesión lógica de palabras para  poder ver la luz, para poder  emigrar  de la nuestra a las otras mentes humanas.

Por medio de la escritura  de una lengua los sonidos que componen las palabras  pueden ser plasmados en el papel mediante los signos  que los representan, y de nuevo con su lectura estos signos pueden retornar  a su estado sonoro original.

Así, la palabra hablada o escrita evoca en la conciencia del que la emite y de quien la escucha alguna idea. Idea que es representada por  sonidos o palabras  que ciertamente han sido previa y explícitamente  convenidas entre los hablantes, y que deben  ser tramadas en la lógica sucesión que rige la lengua, estructurada en un  concertado y completo sistema de palabras.

Para los fines de este ensayo debemos establecer que cuando nos referimos al  símbolo o al mundo simbólico, nos estamos refiriendo a la representación que forjamos en nuestra mente de la realidad, del entorno que nos envuelve, y en consecuencia  a la condición simbólica ineludible que encierra el lenguaje en su manifestación  idiomática, como instrumento imprescindible que es para  lograr la  elaboración y  la comunicación de esas ideas.

No pretendemos en esta exposición alcanzar otro objetivo que no sea el de  tocar levemente el tema del lenguaje en algunos aspectos claves, aspectos que nos permitirán quizás  modificar un poco nuestra percepción sobre el alcance   y las limitaciones que tiene éste imprescindible instrumento del pensamiento humano con relación al entorno que intenta abarcar.

Si  logramos éste,  nuestro objetivo, obtendremos entonces  una mejor visión y consciencia  del alcance y del uso que hacemos del lenguaje, de la lengua, del pensamiento, de la escritura.

Aprovechemos, pues, a la  palabra escrita, ya  que ésta,  a diferencia de la hablada, nos permite frisar el pensamiento, manejarlo a nuestro antojo y colocarlo en  diversos y apropiados recodos de quietud para que la razón le aplique  su lupa escrutadora.

Lenguaje y realidad.  

El hombre al asomar su faz al mundo del lenguaje, al mundo de los símbolos, cayó víctima de esos mismos símbolos al quedar separado – por  efecto propio del lenguaje- de la realidad que pretendía atrapar. Y esa realidad, que hasta entonces era  el mundo mismo en que vivía, que se le mostraba indiferenciada e infinita, desmesurada y absoluta, única y sólida, frente a sus ojos con el lenguaje  comienza a desmembrarse.

Con el lenguaje se  inicia el proceso originario que conduce a la   descodificación de un entorno que  hasta entonces  permanecía macizo, entero, integrado. Con el lenguaje el hombre comienza a hacer conciencia  de esos múltiples pedazos que conforman a un mundo que frente a él, y en aquel momento, se erigía imponente e integrado. Así emerge  entonces el lenguaje-conciencia.

Así, a medida en que el ser humano desarrolla el lenguaje-pensamiento comienza su proceso de alejamiento paulatino que lo conduce a un estado extraño y distante, muy diferente  de su primitivo y paradisíaco estado pre-simbólico en donde él y su entorno constituían en plenitud una absoluta unidad.

El hombre y su realidad vecina

Antes de la aparición del símbolo, y en su estado de criatura pre-humana, el hombre era un ser integrado con su entorno, formaba un solo cuerpo con la realidad vecina. Para él sólo existía el instante, el momento. Todos los  eventos que le circundaban se sucedían en un eterno presente, en un eterno aquí y ahora.

Para aquel hombre  primero, pre- adánico, las cosas sólo ocurrían, no discurrían. Para él no había antes y después, arriba y abajo, ancho y estrecho.   La corriente de agua de donde bebía no tenía nombre, todavía no había sido llamada, separada, desgarrada  del vientre de la madre realidad.

Su estado paradisíaco (no dual) le permitía a aquel hombre existir en armonía con una realidad sólida donde él era parte íntegra de aquel todo, hasta entonces indiferenciado.

Sin embargo, con el paulatino surgimiento del lenguaje se comienza a desvanecer aquella realidad pre-simbólica, y a nacer en el hombre la conciencia de un nuevo y extraño mundo: el inconmensurable  mundo simbólico. Mundo conformado de señales previamente acordadas  y agrupadas en signos sonoros que  poco a poco van conformando su entonces primitiva y particular habla y lengua.

Más, en el principio el lenguaje, la lengua, guarda una relación estrecha con aquello que intenta desentrañar, sus símbolos interfieren tenuemente con esa realidad de la que han surgido; porque aquel hombre primario  tiene conciencia plena: su  palabra no sustituye, no suplanta  a la realidad circundante que  pretende explicar.

Sin embargo , al paso del tiempo y en la medida que las estructuras simbólicas del lenguaje forman sus abstractas colmenas bajo la acción de una ya constituida lengua, el hombre va tomando otro camino, y poco a poco, a causa del olvido de la naturaleza simbólica del lenguaje por él creado , se va separando más y más  de aquel entorno que  trata de develar, por  causa del  uso de su símbolo-lenguaje. 

Gradualmente aquel hombre nuevo va quedando cada vez más sumergido y atrapado por las redes del lenguaje,  hasta  que llega  a olvidar  que el lenguaje sólo se vale  de  los artificios de los símbolos ,  y que éstos  de ninguna manera son la  copia fiel del entorno que  pretende explicar. . Va pasando así, poco a poco,   de un mundo real a un nuevo mundo simbólico, al mundo del pensamiento.

Y es así como el lenguaje desde hace  mucho tiempo nos ha  separado -y nos sigue separando- de aquel otro mundo originario con el que  una vez vivíamos integrados . Con su persistente faena diaria ,el lenguaje nos ha  depositado  en este nuevo universo  donde ya hemos olvidado la naturaleza artificial de su génesis.

El lenguaje  nos ha convencido, nos ha hecho creer que la visión simbólica de la realidad que él nos facilita debe ser colocada por encima  de la propia ancestral realidad en la cual una vez, antes de surgir el símbolo, vivíamos inmersos.

Y hoy, sin darnos cuenta, estamos  enfrascados en una interminable carrera tras una realidad perdida -no simbólica- que pretendemos atrapar con la imposible red del lenguaje.

Así, lo que nosotros llamamos realidad y la pretensión que tenemos de abordarla con el lenguaje, ésa realidad virtual , ya no es otra cosa que las mismas limitadas categorías  que nuestra lengua puede asimilar. Porque al hablar lo que hacemos es  re-andar, reanudar nuestro trotar por los mismos surcos que otrora nos trazó el lenguaje.

El lenguaje, nuestra lengua, nos ha sometido a su dictado, y subrepticiamente nos ha puesto  a  recircular forzosamente por sus ancestrales huellas.

Así, con nuestra lengua -ya súper estructurada- nos vemos obligados a caer en la situación inexorable de tener que definir la realidad con términos que a la postre resultan paradójicos; y es así, porque el lenguaje a razón de su condición y naturaleza propia no puede llegar a la esencia de las cosas, al corazón de la  realidad viviente que nos circunda. Y esto lo hemos olvidado.

A causa de nuestro ancestral descuido, el símbolo ha tomado vida propia,  ha creado su propio pensamiento y  ha tomado a nuestra mente por heredad.

El tema no se agota aquí. Volveremos sobre él.

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