Encuentro parlamentario en Canadá

Encuentro parlamentario en Canadá

La semana pasada no pude escribir esta columna por encontrarme en Canadá con mis dos hijos, Osmany y Rodil, visitando unas viejas amistades; el matrimonio Rosselet y Povin en Farnham, provincia de Quebec.  Sorpresa me llevé cuando Ruth Povin, esposa de mi amigo Serge, me expresó que trabajaba en la comunidad para el diputado de su región Brome-Missisquoi, el arquitecto Christian Ouellet, quien por su intermedio había manifestado intención de conocernos y de desearlo, nos invitaba a un almuerzo en el restaurante del Parlamento.  Por supuesto acepté esta amable invitación que me daría oportunidad de conocer ese majestuoso edificio en el centro de Ottawa, capital de este Estado Federado de América del Norte, cuya ley Constitucional de 1982 está sujeta definitivamente a la Autoridad del Parlamento británico. Extraño maridaje entre la potencia colonizadora y la antigua colonia.

Farnham es un pequeño poblado dedicado intensivamente a la agricultura y la pecuaria. Inmensos campos sembrados de maíz y sorgo; así como  enormes granjas de cerdos y modernas lecherías  dan envidia a cualquier productor nuestro por muy avanzado que se crea estar. Con la tecnología que poseen se puede cultivar la tierra sin tener que depender de la mano obrera, como es nuestro caso.  Observamos, cómo dos granjeros, con equipos mecanizados muy avanzados, hasta con GPS, en menos de media hora habían cosechado el equivalente a unas cincuenta tareas. En la noche, siguieron cortando y llevando a los silos de secado el maíz para su conservación y venta. En verdad, quedé no sólo impresionado, sino anonadado, ya que después asistí a una lechería en donde unas cien vacas de ubres y gran porte, llenaban los depósitos de recepción en un santiamén. Esa vaquería había ganado tantos premios en concursos de feria que ya los últimos, al no tener más paredes, los depositaban en el suelo.

La visita a Quebec era obligatoria. Bella ciudad amurallada, parece una ciudad francesa del medioevo, la cual no pudimos disfrutar a plenitud, por el intenso frío que nos caló los huesos y nos hizo descender pronto del fortín en que nos encontrábamos.

Al regreso, visitamos la pastelería Colombe, en donde una joven canadiense, enamorada con pasión del cacao, produce unos chocolatines de “brinco y espanto” como diría un querido amigo cuando las cosas son deliciosas.

El complejo de edificios que componen el Parlamento canadiense es impresionante.  Techos de cobre pintados de verde hacen que uno se transporte a los castillos de hadas que hay en Disneyland.  Lo único que no me gustó es la estricta seguridad para penetrar al recinto y en donde no vale la invitación, sino que hay que quitarse todo como en los aeropuertos y si por casualidad el radar pita, ahí viene el tener que extender los brazos, voltearse hasta que el guardián se sienta satisfecho de su función. Pero valió la pena esta “tortura” ya que el restaurante no le tiene nada que envidiar a los que tienen varias estrellas de la “Guía Michelin”.

El ingeniero Ouellet es un representante que agota actualmente su segundo término de cinco años.  Su partido le ha pedido que se repostule para un próximo mandato, pero él prefiere retirarse y pasar más tiempo con su familia.  Su popularidad es muy grande debido a que él se ocupó durante mucho tiempo de los cuestiones medio ambientales y de los recursos naturales, donde evidentemente, con la cantidad de bosques, ríos y lagos que tiene Canadá, cualquiera se enamora, apasiona e inclusive lucha con denuedo para que los pastos y forestas permanezcan intactos para gozo visual de los que les deleita la campiña.  Hubiésemos querido compartir con él su vasta experiencia, pero un toque de campana indicaba que debía reintegrarse a su curul. Diputado Ouellet, cuando vuelva a nuestro país, tendrá un compromiso con nosotros para ver también nuestros verdes campos.

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