ENCUENTROS

Dimensiones

<P><STRONG>ENCUENTROS </STRONG></P><P>Dimensiones</P>

“Lo que deseaba era escribir un libro que me mostrara cómo reconciliar mis más hondos anhelos espirituales, auténticos y creativos, y mis, a menudo, contradictorias y abrumadoras obligaciones con mi marido e hija, mi madre inválida, el trabajo en casa, el trabajo en el mundo, mis hermanos, mis amigos y mi comunidad.  

Sabía que no era la única mujer que vivía en el trajín de la vida real en cuerpo pero no en alma. Sabía que no era la única mujer agotada, deprimida, confundida. Pero también tenía la certeza de que yo no era, ni por asomo, la mujer poseedora de las respuestas. Ni siquiera sabía cuáles eran las preguntas.”  Saran Ban Breatnach, El Encanto de la vida simple

Las mujeres somos  como las olas del mar, arriba y abajo, en un ritmo intermitente e interminable. Hay momentos en que nos sentimos diosas, hermosas, competentes, sublimes y felices. Todo cuanto está a nuestro alrededor está bien y en orden.  Alcanzamos entonces la cima de las olas. Trabajamos con alegría y entusiasmo. La pesada carga laboral, del hogar, de ser, sencillamente mujer se hace ligera. 

En otras ocasiones, como las olas del mar, después de haber subido tan alto nos golpeamos contra la orilla. Instante terrible para nuestras existencias, porque nos sentirnos feas, golpeadas, incapaces de seguir soportando tantos roles al mismo tiempo. Pero también como el mar, que después de golpear la orilla, recula hacia atrás para volver a subir, nos reponemos y volvemos al clímax de nuestra existencia, en una lógica natural de ser y sentirnos bellas/feas, eficientes/desastrosas, gorda/flaca…

Las mujeres tenemos muchos roles que cumplir, muchas tareas que realizar y muchas expectativas que responder.  A los hombres se les tolera la calvicie, la gordura, la falta de estética en su cuerpo; a las mujeres por el contrario somos castigadas por menos. Nos exigen vernos bien, arregladas de acuerdo a la ocasión, con el pelo y la ropa acorde a la temporada y a los designios de la moda. Nos exigen estar más o menos flacas, a pesar del paso del tiempo y las secuelas de la procreación. A las mujeres que trabajamos, que nos hemos vista de competir en el mercado laboral, la situación es más difícil.

Se requiere vestir el traje de ejecutiva, ser eficiente en todas las tareas y demandas en el trabajo,  mantener la casa inmaculada, aceptar los silencios del marido, llevar la vida de los hijos, acompañándolos en sus trayectos, se nos exige saber recibir sonriente a los invitados, aunque ese día la ola de nuestras vidas esté tocando duramente con la playa. ¿Resultado? Vivimos en un tren cuya marcha es indetenible. Vivimos a prisa, con la certeza de que alguna cosa la estamos haciendo mal, con la culpabilidad de que no podemos dedicar al hogar y los hijos el tiempo que requieren, con la insatisfacción de que no podemos cumplir bien todos y cada uno de los roles y tareas.

 ¿Cómo conciliar tantas funciones, tantos roles, tantas expectativas, tantas tareas, tantos frentes diversos y dispersos? Me lo he preguntado durante toda la vida y no tengo respuesta. Después de pensar y pensar no tengo respuesta. ¿Abandonarlo todo, y ser solo esposa-complaciente? ¡No! ¡Imposible! ¿Abandonar a tu compañero de vida, y vivir una vida solitaria?  ¿Dejar todo a medias y ser una media mujer? Media esposa, media profesional, media madre, media mujer, media bella…  ¿Es esa la solución, me pregunto a veces?

Quizás estoy aquí hablando en mi condición de mujer de clase media profesional. Quizás estoy olvidando a la mayoría de las mujeres del pueblo, a las obreras que madrugan cada día para vender sus fuerzas de trabajo, teniendo que dejar a sus hijos al cuidado de otras personas;  a las que llegan en la tarde, después de una larga jornada laboral, a trabajar en las labores domésticas y atender a un marido exigente y déspota. Pienso en las que venden sus servicios a las casas de las familias acomodadas. 

Ellas las que viven en hogares extraños, las que callan ante la abundancia, las que lloran en silencio al ver tantos excesos en las casas de sus patronos y tantas limitaciones en sus propias existencias. Las que no alcanzan a abrazar a sus hijos cada noche, porque han de abrazar y atender los hijos de otros. Las mujeres que salen al alba para vender productos al mercado, para retornar al anochecer con los pocos pesos conseguidos. Las mujeres que no tienen esperanzas de salir de su prisión social, porque el futuro para ellas es un simple pedazo de pan, un techo para cobijarse  y un empleo, el que fuese, para sostener a los suyos. Esas valiosas mujeres también viven el drama de los múltiples roles, de las exigencias múltiples y de las necesidades insatisfechas.

 No tengo ninguna respuesta. He vivido, como todas las mujeres en la eterna tensión de ser, querer ser, negarme a ser lo que me imponen y aceptar, a regañadientes a veces, algunas de las formas impuestas. Creo que tenemos el arma valiosa de la resistencia, del silencio y de la palabra. Resistir significa avanzar cuando podamos, como podamos, a nuestro propio ritmo y a  riesgo de no poder complacer todas las peticiones. 

No es posible ser intelectual, la mejor cocinera, la mejor ama de casa, la mejor administradora hogareña, la mejor madre, la mejor esposa, la mejor amiga, la mejor hermana, la mejor funcionaria y la mejor profesora. Querer hacer todo a la perfección nos llevará, sin duda alguna, a la desesperación, al agotamiento extremo, y por qué no, a la frustración también.  Entonces, ¿qué nos queda? Celebrar nuestra vida finita, nuestros límites, nuestras debilidades, nuestras fortalezas, nuestras virtudes y nuestros defectos. Pensar que debemos hacer lo que tenemos que hacer, sin prisa, sin pausa y con alegría.

mu-kiensang@pucmm.edu.do

mu-kiensang@hotmail.com

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