Encuentros. ¿Fin de la Historia?, 4

Encuentros. ¿Fin de la Historia?, 4

CREPÚSCULO DE OTOÑO EN LAS MONTAÑAS
(Wang Wei, 701-762)

En las vacías montañas luego de la lluvia nueva
La tarde es fresca. Pronto será Otoño.
La brillante luna resplandece entre los pinos.
El arroyo de cristal fluye sobre los guijarros.
Muchachas regresando a casa de lavar en el río
Susurrando a través del bosquecillo de bambú.
Las hojas de loto bailan detrás del bote del pescador.
Los perfumes de la Primavera han desaparecido
Pero mis visitantes los recordarán por largo rato.

En los años 90, estaba claro que el mundo socialista había colapsado. Solo quedaba Cuba solita en el centro del Caribe, cerca de Estados Unidos y lejos de sus antiguos aliados. China, que se separó del bloque soviético, construyó su socialismo a su propio estilo. Lo mismo hizo con su entrada al capitalismo.
China, como se pudo apreciar en el capítulo anterior, inició la apertura de forma paulatina, y a pesar de los enfrentamientos y protestas del año 89, logró mantener la preeminencia del Partido Comunista, organismo que entendió que ante la situación, su prioridad era el mantenimiento del orden, la estabilidad y crecimiento de la economía y la estabilidad política, a pesar de las voces internas, como Li Peng, que defendía la paralización de las reformas económicas y una vuelta al control estatal.
El viejo líder Deng Xiaoping apostaba por la apertura económica, recuperar el crecimiento económico a fin de sentar las bases para una sociedad china próspera, bajo una autoridad fuerte y estable. Sus ideas fueron confirmadas y apoyadas en el XIV Congreso Nacional del Partido Comunista de China celebrado en 1992. La conclusión del cónclave fue sencilla y clave:»economía socialista de mercado», un híbrido interesante. China apostaba claramente a las reformas económicas capitalista, es decir, la apertura de sus mercados y por supuesto, a la inversión de capital extranjero. Los resultados fueron espectaculares Ese año de 1992, se registró un crecimiento del PBI de un 12%, una cifra que se ha mantenido a través de los años. Un elemento clave fue que Hong Kong pasaba a formar parte de la República Popular China en 1997, este hecho quedaría finalmente consumado en diciembre de 1999. El éxito de China fue sumar a Macao y Hong Kong bajo el lema “un país, dos sistemas”. De esta manera se respetaba la historia de esos lugares, ofreciendo seguridad a los capitalistas. Queda solo en el firmamento la llamada “provincia rebelde” que era Taiwan.
Ese mismo año de 1997, fallecía Deng Xiaoping en Pekín. Su legado, con algunas peculiaridades, se ha mantenido en la China de hoy.
Entrado ya el siglo XXI, China ha podido mantener, con algunas diferencias entre sus líderes, la extraña dualidad del sistema socialista con la economía de mercado. Tan exitosa ha sido la sorprendente y creativa fórmula que en el Ranking Mundial de índice de libertad económica, China fue ubicada en el puesto 140 de los 179 países tomados en consideración.
Nadie puede negar que China es hoy una potencia mundial, que preocupa ahora al resto de los países imperiales, por las razones diferentes que en la Guerra Fría. Se ha convertido en un punto de referencia del capital que se mueve en el sureste asiático. Nuestros mercados están llenos, repletos, invadidos por los productos chinos. No son de buena calidad, pero sí muy baratos y accesibles. Sus mercancías no pueden todavía competir en calidad con los demás productos que compiten con el gusto del consumidor, pero es solo cuestión de tiempo.
Con un territorio y población inmensa, el gigante del Asia, como le llaman algunos, experimenta profundos cambios en todos los niveles. Está claro que el crecimiento no ha sido igualitario. Se han generado abismos entre los sectores sociales. Existe ahora una poderosa clase económica china que vive con lujos sorprendentes, frente a un pueblo que trabaja y aunque ha mejorado su condición, las diferencias son exponenciales. Esta realidad ha implicado que el gobierno se concentre ahora en instituir nuevas políticas sociales que le permitan dar un giro importante para pensar en el plano más social, y no tanto económico. Por ejemplo, en el Plan Quinquenal que finalizaba en el 2015, se propusieron como objetivos la mejora de la calidad de vida del pueblo, la necesidad de mejorar el entorno, dándole mayor importancia a la preservación del medioambiente. Este último objetivo no se ha cumplido del todo, pues en los últimos días la contaminación ambiental en las grandes ciudades, especialmente en Beijing, ha sido declarada en estado de emergencia. Una alerta roja fue difundida a través de los medios de comunicación en el mundo.
Un elemento interesante es que el Partido Comunista sigue siendo hegemónico. ¿Adoptará la democracia en un futuro cercano? Eso está por verse. Queda también pendiente el tema del Tibet, y por supuesto el de Taiwan, como ya se señaló.
Una vez más se demuestra que el socialismo real sucumbió en el mundo, abrió sus puertas al capital y su lógica y sucumbió a los encantos del occidente y el capitalismo que tanto combatió. Lo triste de todo esto, especialmente en China, es que la revolución socialista, a pesar de sus doctrinas, no fue nunca igualitaria, la clase dominante ubicada en el Partido Comunista disfrutaba los grandes privilegios, mientras el pueblo sufría. La llamada “Revolución Cultural” llevada a cabo por Mao no fue más que un vulgar adoctrinamiento masivo que costó mucha, mucha, muchísima sangre.
Y mientras escribo estas notas como historiadora, la mujer con ascendentes chinos apareció en mi memoria. Y recordé a mi padre, quien trató de traer desde el lejano Cantón, hoy Guangzhou, a todos sus familiares. No me olvido del hijo menor del primó José, que tenía en ese momento unos ocho años, quien llegó con su traje de marinero, comprado para la ocasión, y al hablar (papá nos tradujo su discurso) comenzó a pronunciar un discurso a todas luces aprendido. Decía que él era un soldado del Comandante Mao Zedong, que la revolución China era la solución para el mundo, especialmente para los pobres. Al entrar a la casa familiar, un hogar acomodado de clase media, sus ojos se quedaron atónitos. Nuestra vivienda era para ellos un palacio pues solo habían estado en su maltrecha choza circular de madera y piso de tierra. Su madre, su padre y él, cuando llegaron se veían figuras tristes, escuálidas y en su rostro se reflejaba un hambre ancestral, y una desnutrición estructural en sus sistemas. Al poco tiempo, con comida asegurada, sus rostros y cuerpos cambiaron. No olvido nunca que su alimentación se basaba en arroz blanco hervido, tres veces al día, con un pequeño, minúsculo, pescado saladísimo que llamaban “jangui”, que era su fuente de proteína. El hecho de que fuera tan salado era para llenar sus estómagos con arroz, beber mucha agua y sentirse satisfecho.
En ese tiempo, defendía el proyecto de una sociedad igualitaria. Aunque me aferré, por tenacidad, obsesión y tozudez a mis creencias, confieso que ver esa experiencia en vida, se tambalearon en lo más profundo de mi corazón. Tomé la decisión de ser crítica con mis ideas y tomar mis propias decisiones vitales. Nos vemos en la próxima.

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