Encuentros para la historia

Encuentros para la historia

Nuestra vida está matizada de encuentros. Algunos parecen casuales, otros causales. Todos nos engrandecen y, si estamos atentos, pueden ser también trascendentales.

-Eres trujillista?- Me espetó la bella muchacha como un tiro de escopeta recortada.

En agosto del año 1956 en Ciudad Trujillo y a las cinco de la tarde esa pregunta era considerada un gran gancho, sobre todo por el lugar donde nos encontrábamos, en el hogar de los Marcial Silva en la Arzobispo Meriño, casi frente a frente a la casa de Paíno Pichardo, uno de los hombres de confianza del dictador.

– ¿Eres trujillista?- volvió a insistir la muchacha, clavando en mi sus pupilas de cacao tierno acabado de traer del Cibao. A pesar de mi inexperiencia de seminarista de ojos negros el magnetismo hacia aquella madre selva me petrificó. Como perico en la estaca me sentí a su completa merced en espera de la ejecución. Los campanazos de la Catedral Primada llamando al Angelus me salvaron.

– ¿Eres trujillista?- se me acercó la muchacha dispuesta a darme el jaque mate final.

– ¿Quiere decir entonces que, además de trujillista, te vas a meter a cura rompiéndole el corazón a alguna mujer?

Ahí fue cuando la puerca retoició ei rabo, como decimos en el Cibao. La pregunta me salió del fondo del alma.

– ¿Quién te ha dicho que soy trujillista?- exclamé como un Jeremías camino a la guillotina- ni soy trujillista ni tampoco voy a dejar a ninguna mujer sollozando por mí. Entonces Minerva, como la diosa romana y su tocaya, echó un paso hacia atrás mirándose como un retrato en mis pupilas dilatadas por el espanto. Su imagen quedó impresa para siempre en mármol en el fondo de mi subconsciente.

– A Trujillo hay que tumbarlo. Solamente lo podemos hacer nosotros los dominicanos.

Nombre completo: Minerva Mirabal, una mujer de armas tomar. Lo demás es historia patria.

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