Encuentros. Se repite la historia: la alegría forzada y falsa a veces

Encuentros. Se repite la historia: la alegría forzada y falsa a veces

Dolor Común, Miguel de Unamuno

Cállate, corazón, son tus pesares

de los que no deben decirse, deja

se pudran en tu seno; si te aqueja

un dolor de ti solo no acíbares

a los demás la paz de sus hogares

con importuno grito. Esa tu queja,

siendo egoísta como es, refleja

tu vanidad no más. Nunca separes

tu dolor del común dolor humano,

busca el íntimo aquel en que radica

la hermandad que te liga con tu hermano,

el que agranda la mente y no la achica;

solitario y carnal es siempre vano;

sólo el dolor común nos santifica.

Soy una persona alegre, que por decisión propia decidió ser feliz, de asumir la vida como un camino que tiene obstáculos a rebasar, y que al final, cuando llegue la muerte, en el momento que sea, habré llegado después de haber recorrido y construido mi propio camino. La felicidad como decisión no obvia, en modo alguno, el necesario derecho a la tristeza, a la rabia y a la indignación. Y estos sentimientos diversos y diferentes se complementan en la dinámica eterna de la vida, que te regala el día, la noche, el sol, la luna, los días de lluvias y los días soleados, en una simbiosis única que nos hace amar todavía los momentos buenos, felices y agradables.

Dudé mucho si escribir este Encuentro triste para hablar acerca de Navidad. Dudé porque adoro las luces de colores que engalanan las casas y los establecimientos comerciales, a pesar del despilfarro innecesario y grotesco de la llamada “ciudad de las luces”, que no hace más que ocultar nuestras propias miserias y obliga a callar las desilusiones y los lamentos. Dudé escribir este artículo porque la gente vive el impulso colectivo de la alegría forzada del momento. Dudé escribir porque en la vorágine de las fiestas de celebración, de repente todos nos amamos, como si la amnesia se expandiera por toda la faz de la tierra. Peor aún, los mensajes de fin de año se repiten y se repiten, deseando lo mismo siempre, olvidando la razón de la celebración.

Gloria a Dios en las alturas,

recogieron las basuras

de mi calle, ayer a oscuras

y hoy sembrada de bombillas.

Y colgaron de un cordel

de esquina a esquina un cartel

y banderas de papel

verdes, rojas y amarillas….

Y hoy el noble y el villano,

el prohombre y el gusano

bailan y se dan la mano

sin importarles la facha.

Juntos los encuentra el sol

a la sombra de un farol

empapados en alcohol…

(Joan Manuel Serrat)

¿Quién recuerda que el 24 de diciembre nació el niño Jesús de Nazaret, el hijo de Dios? Y en medio de las alegrías y las fiestas nos olvidamos del drama terrible que vivieron sus padres, José y María, quienes se vieron obligados a huir para proteger al hijo que iba a nacer pronto. ¿Quién recuerda que el hijo de Dios nació en medio de la nada? ¿Quién recuerda que su cuna fue un pesebre pobre, polvoriento y en medio de la nada?

No, no, este mundo lleno de hipocresía ha olvidado lo esencial. Nadie recuerda el motivo de estas fiestas. Y envueltos en el ritmo acelerado del mes, en el que día tras día se producen encuentros que se suceden uno tras otro, para celebrar como la Roma decadente. Todavía embriagados de comida, llega el irremediable enero. El nuevo año hace su aparición. Las luces de colores se apagan, la hermandad se detiene y la rutina vuelve a envolvermos y hasta olvidamos por qué y para qué celebramos.

Y con la resaca a cuestas

vuelve el pobre a su pobreza,

vuelve el rico a su riqueza

y el señor cura a sus misas.

Se despertó el bien y el mal

la zorra pobre vuelve al portal,

la zorra rica vuelve al rosal,

y el avaro a las divisas.

Se acabó,

el sol nos dice que llegó el final,

por una noche se olvidó

que cada uno es cada cual.

(Joan Manuel Serrat)

Muchos se preguntarán si estoy triste. En lo personal no lo estoy. Amo mi vida, tal como está y como ha sido. Tengo todo lo que quise en la vida. Y soy lo que de niña siempre soñé: escritora, maestra, madre, suegra y abuela. Amo intensamente y me aman. Tengo la dicha de hacer lo que me apasiona: escribir, escribir, leer, dar clases, aportar al país desde el aula y desde este podio. Y sobre todo tengo a mis Encuentros, la escritura de la que siento.

Pero me duele esta humanidad, me duele su curso. Me duele la indolencia. Me asusta el derrotero que hemos asumido. Me hiere la hipocresía. Me asquean aquellos perversos que son capaces de robar sin vergüenza alguna el patrimonio público. Pero más me asquean todavía los funcionarios que desde sus cargos son capaces de pisotear la institucionalidad y los principios que dicen defender. ¡Oh Dios mío! ¿Cuándo llegará el día en que las instituciones del Estado funcionen apegadas a principios de la ética y las leyes y no de los intereses? ¿Cuándo podremos confiar verdaderamente en la justicia y sus tribunales, si descargan a los que han desfalcado el erario y a los traficantes que tienen conexiones en las alturas, mientras encarcelan hasta morir a los que se robaron, por hambre, un salchichón y una piña?

Me entristece el vacío existencial de algunos jóvenes que solo encuentran sentido a su vida a través de las cosas, del absurdo tener sin medida, de la competencia con el otro. Me preocupa cómo algunos jóvenes no valoran el pudor ni la prudencia, sumergiéndose en la lógica del placer sin control ni conciencia. Solo eso.

Pasaré estas fiestas junto a los míos. He tratado de demostrarles cuánto los amo. Con el paso del tiempo he entendido que al final de la vida lo más importante de todo es la familia y los amigos verdaderos. Los éxitos laborales son pasajeros. Los peldaños alcanzados forman parte de la complejidad de la vida y la responsabilidad con que asumimos lo que somos y lo que debemos hacer.

Mis deseos en esta Navidad es que podamos recuperar la humanidad perdida. Que la esperanza del nacimiento de ese niño renueve nuestras ilusiones.

«Crepúsculo marino,

en medio

de mi vida,

las olas como uvas,

la soledad del cielo,

me llenas

y desbordas,

todo el mar,

todo el cielo,

movimiento

y espacio,

los batallones blancos

de la espuma,

la tierra anaranjada,

la cintura

incendiada

del sol en agonía,

tantos

dones y dones,

aves

que acuden a sus sueños,

y el mar, el mar,

aroma

suspendido,

coro de sal sonora,

mientras tanto,

nosotros,

los hombres,

junto al agua,

luchando

y esperando,

junto al mar,

esperando.

Las olas dicen a la costa firme:

Todo será cumplido». Oda a la esperanza, Pablo Neruda

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