Encuentros. Un grito de dolor por tantos absurdos humanos

Encuentros. Un grito de dolor por tantos absurdos humanos

No te salves
No te quedes inmóvil
Al borde del camino
No congeles el júbilo
No quieras con desgana
No te salves ahora
Ni nunca
No te salves
No te llenes de calma
No reserves del mundo
Solo un rincón tranquilo
No dejes caer los párpados
Pesados como juicios
No quedes sin labios
No te duermas sin sueños
No te pienses sin sangre
No te juzgues sin tiempo
Pero si
Pese a todo
No puedes evitarlo
Y congelas el júbilo
Y quieres con desgana
Y te salvas ahora
Y te llenas de calma
Y reservas del mundo un rincón tranquilo
Y dejas caer los párpados
Pesados como juicios
Y te secas sin labios
Y te duermes sin sueños
Y te piensas sin sangre
Y te juzgas sin tiempo
Y te quedas inmóvil
Al borde del camino
Y te salvas
Entonces
No te quedes conmigo. Mario Benedetti

A veces me pregunto si vale la pena sufrir por esta sociedad que ha perdido su alma. A veces pienso que la humanidad toda entera vive perdida en la eterna agonía de salvarse o autodestruirse.
A veces me pregunto por qué existen tantos absurdos. Mientras en muchas zonas del mundo, como África, hay niños que mueren de hambre y desnutrición, mientras el mundo occidental se caracteriza por la opulencia absurda. Las imágenes de los hombres y mujeres “poderosos” porque tienen dinero, no alma ni corazón, contrastan con los dramas de dolor y necesidad de sociedades enteras.
A veces me pregunto qué pasará con el planeta tierra. Se denuncia, se reclama, se dice, se proclama que estamos devastando el planeta, que el futuro está comprometido, y nada pasa. Los países industrializados depredando sin consecuencias. Todos dicen que hay que cuidar el planeta. Los organismos internacionales han definido el día de la Tierra, el día del agua, el día de cualquier cosa…. Se celebra, se recuerda y nada pasa. Las denuncias caen en el vacío y la indiferencia. Y mientras tanto, el cambio climático es una realidad, una verdad que a todos y a nadie preocupa. Los ríos se están secando. El deshielo en los polos es una verdad tan dura como real. Y entonces ¿Qué se espera para tomar las medidas necesarias?
La guerra ha estado presente desde el inicio de los tiempos. Ha sido el signo maldito de la historia de esta humanidad. Cuando apenas iniciábamos el trayecto vital, las tribus existentes buscaban control y dominio, se enfrentaban con palos, piedras y hachas. Después cuando apareció la pólvora, la muerte del adversario se hizo más sofisticada. Buscando el control a través de la conquista, nos dedicamos a perfeccionar las armas, y del arco y la flecha, llegamos a la pólvora, a los cañones, y hoy, tan grande ha sido el avance, que somos capaces de destruir poblaciones enteras con bombas tan poderosas como destructivas. EL talento y el ingenio han sido utilizados para la muerte, nunca para la vida. Nuestros científicos han sido capaces de diseñar armas químicas que provocan secuelas profundamente dañinas en las poblaciones; pero no hemos sido capaces de invertir para lograr la cura del cáncer o del sida, solo para mencionar algunas terribles enfermedades catastróficas para las familias.
Nos llamamos creyentes en un Ser Supremo que aboga por la bondad y el amor. Sin embargo, estamos viviendo una nueva guerra santa. En nombre del dios que se defiende, somos capaces de matar. Incapaces de tolerar, porque nuestras creencias son las verdaderas, no las del otro, decidimos destruir vidas inocentes. En la antigüedad, durante el Imperio Romano, los cristianos eran perseguidos y castigados duramente. El castigo principal era batirse con leones hambrientos en un coliseo lleno de gente sedienta de sangre. Su fe los hacía inmolarse. De víctimas luego nos convertimos en verdugos. Y así, durante la Edad Media, los cristianos otrora perseguidos, eran los responsables de perseguir a los herejes para llevarlos a la hoguera. Después los imperios que asumieron el dominio y control de la religión cristiana, se dedicaron a perseguir a los creyentes de otras religiones. En España, por ejemplo, durante muchos años se persiguieron a los musulmanes por defender a Alá como Dios y al Corán como su biblia. En el siglo XX las cosas no cambiaron mucho. Los judíos persiguieron, y persiguen todavía a los palestinos. Y ahora el extremismo islámico ha definido una guerra sin cuartel en contra del corazón del occidente, responsables, según su visión, de socavar y pervertir el mundo. Los atentados han estado a la orden del día, el temor se apodera de gobiernos y sociedades enteras.
Ya lo he dicho, he apostado toda mi vida a la esperanza, a la bondad humana, al deseo sincero de que la raza humana quiere ser mejor. Quiero pensar que el sacrificio de tantas personas no ha sido vano. Pero confieso, con pudor, mucho pudor, y mucho dolor, que al ver el derrotero del mundo me veo en la obligación de cuestionar mis propias creencias.
No quiero que la desesperanza me doblegue ni condicione mis días. No puedo, no quiero, no debo. El mundo debe ser mejor. Nosotros los seres humanos debemos procurar ser mejores personas. Debemos aprender a convivir en paz y tolerancia. Creo que no es mucho pedir. No sé por qué cuesta tanto. Por qué nos empeñamos en mantener una y otra vez las ambiciones de riqueza y poder, como si les sirviera de alimento. ¡Pobre humanidad!
Ojalá que el próximo Encuentro mi alma haya superado estos momentos de preocupaciones.

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