Encuentros

Encuentros

Quisiera hacerme silencio,

quietud absoluta allá donde nace todo movimiento,

allá donde llegar y de donde viene todo sonido.

Hacerme silencio… para escucharte.

Hacerme silencio para descubrir la música de la vida.

Escuchar los silencios que separan los latidos de mi corazón

Percibir los silencios que hay entre las palabras.

Disfrutar los silencios que hay entre las palabras.

Disfrutar los silencios que limitan dos respiraciones.

Recibir el silencio de antes y después del llanto y de la risa.

Quiero llenarme de nada para descubrir la grandeza de mi vacío.

Matilde de Torres, Cuando el silencio habla.

Sometida a una nueva etapa en mi vida laboral, con mayores responsabilidades, tensiones y demandas, decidí abandonar mi querida columna Encuentros. Mi último artículo fue publicado en julio del 2006, en el que hablaba de Rafael Eduardo, el niño, mi nieto, regalo del cielo para alegrar mis días y aligerar la carga de las responsabilidades diarias.

En esos 730 días de ausencia libré muchas luchas internas. ¿Por qué no escribir esas dos páginas que alivian mi alma? ¿Qué me detenía a hacerlo? ¿Por qué no programar una noche solo para los Encuentros? Eran parte de las muchas preguntas que llegan a mi alma. Pero el diario vivir caracterizado por las citas, las reuniones, los informes, la elaboración de estadísticas, las tensiones, las decisiones difíciles, hacían y hacen de mis días un eterno caldo de cultivo que al final de la jornada laboral, solo me restaba, y me resta todavía, tiempo para intentar cumplir con mis deberes de limitada ama de casa, esposa, madre, tía, cuñada, amiga y abuela. A veces, intentado vencer el cansancio, me sentaba en mi computadora y solo llegaba a seleccionar algunos temas y revisar las citas que he acumulado durante tantos años, como tesoro de los encabezados que acostumbro iniciar mis Encuentros.

Aunque todavía sigo montada en mi agitado tren de vida, decidí hacer un espacio para escribir estas notas. Tuve, como dijo alguna vez Paul Cohelo, dos señales indiscutibles que me impulsaron a tomar la decisión. Hace unos días, una joven mujer, estudiante universitaria, se me acercó. En unos meses se graduará de abogada. Una carrera que se vio interrumpida con la llegada de su Rafael Eduardo. Mientras salía rápidamente del ascensor, vi cómo alguien se me acercaba con cierto temor. ¿Usted es Mu-Kien? Sí, respondí. ¿En qué puedo ayudarte? “En nada, respondió. Solo quería decirle que su artículo sobre Rafael Eduardo, su nieto, fue una bendición para mi”.

Me contó en ese momento ella acababa de tener su hijo, que también había bautizado como Rafael Eduardo. Me dijo que había llorado leyendo el artículo y que la había inspirado para escribir uno, una reflexión sin fines de publicación, sino como legado para su recién nacido. Al día siguiente me lo envió por correo electrónico. Lo leí con avidez y emoción. Las lágrimas se me agolparon. Me sentí feliz de saber que aquellas páginas escritas desde lo más profundo de mi corazón habían calado en un joven corazón ajeno. He aquí algunos fragmentos:

Pensar en ti hace de cada uno de mis días el más feliz de todos…. Cómo imaginar que llevarte en mi interior por nueve meses me haría sentir en este momento, una verdadera Madre, que estaría pendiente de ti aunque no estés conmigo… Tu pequeña y redondeada nariz la que me hace sentir tu respiración mientras reposas sobre mi pecho. Y esa sonrisa, esa sonrisa que me otorgas cuando escuchas mi voz, sencillamente me enamora. Qué sentirás? Por qué sonreirás? Qué te causa tanta gracia…Este sentimiento es un lazo muy fuerte, quizás inexplicable y simplemente no encuentro palabras para describirlo…Desearía escribir tanto, pero si pudiera exprimir tan sólo una de tus fotografías ocasionaría un mar infinito de sentimientos; desencadenaría una nueva historia para la historia.

Esa historia que en una semana cumplirá su primer año de realizada. Y pensar que hace precisamente un año, te veía en mi interior por una ecografía, tus brazos, tus piernas, tu boca, tu sexo. En ese entonces no comprendía que te sostendría en mis manos en pocos días. Rafael Eduardo, eres la personificación exacta de la inocencia, la impresión perfecta de la dulzura y la belleza. Eres una de las razones más grandes de mí existir y siempre estaré a tu lado….Rafael Eduardo, mi sueño cumplido….

La otra señal, como todas las señales, se me presentó de forma imprevista e intempestiva. Una mañana, sentada en mi escritorio, despachando el cúmulo de expedientes, me informan que hay un señor quiere verme. Afirmaba que su razón era personal. Tengo la costumbre de recibir a todo el mundo. Cuando le permití que pasara, se presentó ante mí un simpático señor de unos 70 años. Se sentó frente a mi, intercediendo entre nosotros la mesa de la distancia, la que unos definen escritorio. Con timidez me hizo entrega de un fajo de poesías suyas.

Leyó algunas y al final me mostró la que se titulaba “Antelación”, la cual finalizaba así: “Viene a mi mente la razón de Adriana, mi diosa China, que a unos pocos quiere enseñar y que tras un escritorio se quiere ocultar…” Se despidió diciéndome que le hacían falta mis Encuentros, que anhelaba volver a leerlos, y que muchas de mis reflexiones lo habían motivado a escribir las poesías de su vida.

¡Dios me estaba enviando señales! Aquel señor me estaba invitando con sus escritos poesía que debía volver a escribir. Y así, por esas dos directas y evidentes señales, decidí hacer caso omiso a mis grandes luchas internas para escribir estos encuentros. Me reconfortaba saber que mi alma tenía otros interlocutores.

mu-kiensang@pucmm.edu.do

mu-kiensang@hotmail.com.do

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