Los recuerdos suelen
contarte mentiras.
Se amoldan al viento,
amañan la historia;
por aquí se encogen,
por allá se estiran,
se tiñen de gloria,
se bañan en lodo,
se endulzan, se amargan
a nuestro acomodo,
según nos convenga;
porque antes que nada
y a pesar de todo
hay que sobrevivir
Los recuerdos tienen
un perfume frágil
que les acompaña
por toda la vida
y tatuado a fuego
llevan en la frente
un día cualquiera,
un nombre corriente
con el que caminan
con paso doliente,
arriba y abajo,
húmedas aceras
canturreando siempre
la misma canción.
Y por más que tiempos felices
saquen a pasear de la mano,
Pero los recuerdos
desnudos de adornos,
limpios de nostalgias,
cuando solo queda
la memoria pura,
el olor sin rostro,
el color sin nombre,
sin encarnadura,
son el esqueleto
sobre el que construimos
todo lo que somos,
aquello que fuimos
y lo que quisimos
y no pudo ser.
Después, inflexible, el olvido
irá carcomiendo la historia;
y aquellos que nos han querido
restaurarán nuestra memoria
a su gusto y a su medida
con recuerdos
de sus vidas. (Joan Manuel Serrat)
Buscando una excusa, decidí aprovechar la llegada del verano para airear la casa, organizarla, ver papeles, ¡en fin! Poner las cosas en orden. De repente me encontré con fotos viejas, cartas de amigos y amigas que han pasado por mi vida y hace tiempo que no tengo noticias de cómo andan en sus vidas; invitaciones, tarjetas y momentos importantes del parcurrir de la familia nuclear y ampliada. Encontré artículos que escribí hace más de dos décadas, borradores de capítulos de los libros ya publicados; ensayos inconclusos y nunca publicados; títulos para próximas investigaciones, una larga lista de futuros proyectos, que hoy, estoy convencida, nunca se realizarán.
Mientras miraba con atención los hallazgos, intenté recordar los detalles de cada uno de los momentos, pero no pude. Mi memoria solo había guardado trozos sueltos e inconexos. Volví a mirar con atención las fotos, los escritos, las listas, y volvió a ocurrirme lo mismo. Recordé entonces la canción de Joan Manuel Serrat que engalana este artículo.
Concluí con cierto dolor y amargura que es imposible hacer la reconstrucción exacta de tu propia historia, de la vida que has vivido. El tiempo pone distancia a los recuerdos. La cotidianidad te arrebata los tesoros de tu corazón, dejando solo fotografías inexactas de un pasado no muy lejano. Me pregunté muchas cosas ¿cómo se llamaba esa joven delgada que compartió conmigo la adolescencia? O a veces me decía, ¿qué pasó ese día cuando se tomó esa foto? Me hacía preguntas y no encontraba todas las respuestas. Vi a mi abuela que tanto amaba y casi olvidaba su rostro. Me encontré con juegos infantiles que no recordaba; llegaron a mis manos poemas juveniles de algún enamorado imposible y que el tiempo ha desfigurado sus facciones en mi memoria; desdoblé mensajes personales, envueltos con celo para que mis padres no lo descubrieran. ¡En fin! Desdoblé mi vida, haciendo conciencia que redescubría muchas cosas.
Entonces pensé en mi tarea como historiadora. ¡Qué difícil es reconstruir tu propia vida! Pero más difícil resulta reconstruir hechos que no has vivido, que desconoces, que otros han sido sus protagonistas y a veces han querido ocultar muchas cosas. Lo cierto es que resulta casi imposible reorganizar los trazos y rastros dejados por otros a través de los años. Intentar hacerlo de la mejor manera posible es una tarea de paciencia, pasión, tedio a veces y, sobre todo, mucha tenacidad.
Me dije entonces que la vida está compuesta por trozos de vida que estallan en el aire, se acomodan en la memoria y el corazón, se olvidan o se superponen. Nuestra memoria selectiva intenta desesperadamente, para sobrevivir, enterrar los malos recuerdos y las malas experiencias. ¿Cómo seguir adelante? No hay otra manera.
En la historia social, muchos actores intentan ocultar sus malos pasos, quemando, borrando las evidencias cuando delinquen o saben que han cometido errores. Buscan también borrar sus meteduras de patas improvisando o practicando discursos hipócritas plagados de mentiras.
En mis más de dos décadas de historiadora he tenido que leer una y otra vez esas palabrerías sin sentido de los gobernantes de turno. He tenido que comparar y contrastar las informaciones encontradas, para intentar una visión más equilibrada de una realidad que se hace difícil de descifrar.
Los trozos de vida, de historia personal y colectiva constituyen la vida. La memoria, los recuerdos no son más que fragmentos dispersos que intentamos reconstruir.
Pero que bueno es saber que mantenemos en nuestros corazones partes de nuestras vidas que el tiempo no ha borrado. Que bueno saber que las basuras discursivas de los hipócritas que asumen el control del Estado no son verdades absolutas, sino simplemente los trozos de sus mentiras.
¡Hasta la próxima!