Encuestas sesgadas

Encuestas sesgadas

Encuestas anunciadas, encuestas sesgadas. Corría el país hacia las elecciones del año 1986. El Presidente Joaquín Balaguer nos preguntó por nuestra hermana María Encarnación. ¿Querría ella preparar unas encuestas de opinión pública para conocer inclinaciones del electorado? Deseaba, dijo, apadrinar candidaturas de personas aceptables por el electorado. María diseñaba los cuestionarios y codificaba resultados. Antes de proceder a esta actividad final requería información respecto del procedimiento de aplicación.

Si los encuestadores, violentando los procedimientos recomendados, entrevistaban a varias personas en un lugar determinado, desestimaba el trabajo. Las respuestas de un encuestado, aunque este argumento se estime baladí, influyen sobremanera en quienes escuchan. Por igual es causa de sesgos en la percepción de las estimaciones de opinión, el reconocimiento de la tarea del encuestador. En tales casos surgirán aquellos que desean “facilitar” la obra del encuestador, factor posible en las muestras aleatorias.

Para muestra, dos botones. En un cuestionario aplicado en el municipio de Bonao, que incluyó interrogantes abiertas y de comprobación, apareció un nombre no propuesto. Se trataba de Alfonso Fermín, padre, quien más tarde, al ser nominado, alcanzó el triunfo para la Sindicatura de ese municipio. En Neiba se produjo algo similar con el nombre de la ya fallecida profesora Onelia Peña Suberví, también electa. Las interrogantes específicas no los incluyeron en una primera aplicación, basada en los nombres de contendientes propuestos. Ambos sin embargo, surgieron en las preguntas abiertas, con elevados niveles de aprobación social.

Con apropiada aprobación aparecían los nombres de quienes eran precandidatos formales. Los encuestadores notificaron que hicieron esfuerzos extraordinarios para no contaminar la muestra. Rehuyeron a personas que los abordaban. Abandonaron sitios en los cuales, al llegar, alguien preguntaba si eran encuestadores. Al comentársele al doctor Balaguer de tales hallazgos y de los “encontradizos”, solicitó nuevas aplicaciones. Se recurrió a personal camuflado.

En estas aplicaciones adicionales la socióloga recomendó dos tipos de muestra. Una, la aleatoria o al azar. Otra, la estratificada, montada sobre información y planimetría del último censo poblacional. Fue aplicada por “viajeros que fotografiaban lugares característicos”, “agentes vendedores” y otros oficiantes con similares subterfugios. Ambos candidatos citados, surgidos de preguntas abiertas, ganaron.  

Rememoro estas experiencias a propósito de la proclamación de José Enrique Sued como candidato a Síndico (o Alcalde) por el municipio de Santiago. Ha encontrado resistencia de algunos dirigentes de una organización partidista, supuesta a producir un apoyo adicional al que deriva del partido postulante. Para zanjar las diferencias se ha decidido aplicar unas encuestas. El asunto se ha manejado con una soltura inapropiada para las circunstancias derivadas del objetivo.

Cuando se propala del modo en que se ha hecho la aplicación de una encuesta, es extrañamente difícil lograr resultados fiables. Porque las encuestas anunciadas se vuelven encuestas sesgadas.

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