Endecha por Fulgencio Espinal

Endecha por Fulgencio Espinal

Esta es la endecha que jamás supuse que las circunstancias, que gobiernan el accionar humano, me obligasen a escribir, ante la lacerante realidad de perder a un afecto entrañable de medio siglo en Fulgencio Espinal, referente político de altura, que omitiendo su nombre, resulta imposible zurcir la historia del PRD.
Quedé petrificado cuando este día doce de mañana, el afecto entrañable de Sandra Castillo me llamó para entre sollozos, enterarme de la infausta información del fallecimiento de Fulgencio Espinal en un aparatoso accidente de automóvil en el kilómetro diez de la autopista 30 de Mayo.
Un tropel de rincidencias, como una caravana psíquica, amontonó mi chip memorioso, desde cuando conocí a Fulgencio Espinal, hace medio siglo, con el PRD siempre en andas, como una prótesis de su fisonomía física, que siempre me evocó un clon del presidente Alejandro Woss y Gil, en aquel lienzo inmortal de Sisito Desangles, cuando el único gobernante seibano se terciaba la banda frente al Palacio de Borgellá, en el parque Colón.
Cuando el presidente Salvador Jorge Blanco entregó el poder al presidente Joaquín Balaguer, inocente de la trama perversa que el aeda de Psalmos Paganos urdía para demoler su reputación y su universo psicológico, Fulgencio Espinal me llamó para consultarme el curso de acción que me parecía lo más correcto en esa circunstancia difícil de vendetta política, porque se sentía preso, le recomendé ipso facto abandonar el país por su natal Dajabón hacia Haití, y eso hizo.
Recaló primero en San José de Costa Rica, donde apenas ganaba el sustento vendiendo pescado en un carrito en una esquina de la capital tica, y de ahí emigró a Madrid, España, donde sufrió lo indecible para conseguir un bocado para aplacar el rugiente rugido de ácidos estomacales.
Al retornar al país una década después, nos encontramos y nos frotamos las espaldas y los ánimos por haber evadido las ergástulas del ancien régimen, que retornaba al poder por la camándula de la JCE que despojó del triunfo electoral a Jacobo Majluta por 22 mil manipulados votos, omitiendo esquivando el catálogo de crímenes de los Doce Años, pero pletórico de vendetta política y galvanizar el continuismo inconcluso que fue norma de su cartilla silabaria política.
Fulgencio temió verse involucrado en ese tsunami de vendetta del despotismo ilustrado por acusarla de indelicadezas en la administración de la Lotería Nacional, desde donde salió sin apropiarse de un solo peso, y la muestra fue cómo vivió durante su incumbencia en la Lotería, y hasta el final de su vida modesta y preñada de retos y luchas, que prefirió sin vacaciones.
Su presencia de ánimo, su cultivo de las ocurrencias desestresantes que culminaban siempre en estentóreas carcajadas, fueron garrochas que catapultaron siempre su bonhomía y el eco sonoro de su conciencia prístina, que repercutieron en las jaldas densas de su gran clase humana.
Durante su incumbencia en la Lotería Nacional, costeó la edición, por mi sugerencia, una edición del libro de Jesús de Galíndez sobre la Era de Trujillo, que le costó la vida, porque por primera vez, Ramfis, el hijo mayor del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, se enteró que nació fuera del matrimonio de su progenitor con María Martínez Alba, inicio del viacrusis de los traumas psicológicos que atormentaron a Ramfis hasta el final de su vida, cuando pereció en un aparatoso accidente de automóvil en Puerta de Hierro, próximo a Madrid, España, el 17-12-1969, falleciendo once días después de agonizar, el 28 de diciembre.
En 1982, Fulgencio publicó la única historia completa hasta entonces del PRD, que conservo dedicada, 361 páginas, prólogo del doctor Salvador Jorge Blanco, a quien Fulgencio convenció con un grupo de perredeístas en 1978, junto a Hatuey Decamps y Casimiro Castro, entre otros, para que se postulara como candidato presidencial, por encima de las aspiraciones ya concretizadas por trabajo político profundo en las bases del PRD, a mi compadre Antonio Guzmán.
Ante la aturdida realidad del abrupto éxodo escarpado sin retorno hacia las regiones ignotas de la esencia de vida de Fulgencio Espinal, esta endecha, transida de lacerante pena, partícula de un penacho de sentires inefables por el afecto imperecedero a un dominicano y ser humano íntegro.

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