El doctor Salvador Jorge Blanco, cuadragésimo Presidente de la República, falleció el 27 de diciembre último, a los 84 años de edad, y durante su administración constitucional (1982-86), honró la Carta Magna, respetó los derechos humanos, no intentó reelegirse y no se apropió de un centavo del erario, gemas civilistas que pocos colegas suyos pueden imitar.

Métodos de vivir austero, resistió en una cabaña en la avenida Salvador Estrella Sadhalá de Santiago de los Caballeros y aquí en una residencia asequible para un jurista de su calibre, que defendió a los perseguidos por los remanentes de la tiranía trujillista mayo 31 a noviembre 19, 1961 y también a los opositores a la dictadura con guantes de terciopelo de los doce años sangrientos del presidente Joaquín Balaguer.

Este déspota ilustrado lo condujo al banquillo de los acusados, único caso en la historia vernácula para un ex  jefe de Estado, alegando malversación del erario, acusación que debieron hacerle a él, porque el presidente Balaguer intuyó que Salvador podría volver al poder en las elecciones de 1990, y se aprovechó de la perversidad del doctor José Francisco Peña Gómez, que entendió que Salvador le haría sombra en 1990 a su proyecto político, y el PRD dejó solo a Salvador. Esa es la verdad de a puño, la que pocos se atreven a decir.

SJB fue condenado a 20 años de prisión y $300 millones de multa por un juez con jaez de homo sapiens petrus encaramado en el pescuezo dentado de un Tiranosaurius Rex, como Trucutú, eco resonante del poder judicial secuestrado por el déspota.

El entonces presidente Hipólito Mejía reivindicó a SJB sobreseyendo el juicio conforme a siempre le expresé a SJB, a quien profesé un profundo afecto y solidaridad política de la que no me arrepentiré nunca, que su caso era político, no jurídico, como siempre se empeñó en interpretar.

La tragedia económica que heredó del presidente Antonio Guzmán provocó 84 muertos el 24-04-84, no culpa suya. Paz a sus restos. Honor a su memoria.