Cuando un país, una empresa o una familia cae por la pendiente de tomar créditos para pagar deudas y subsanar el fracaso de su incontinencia al gastar, ya no solo están en rojo los balances. También lo está la confianza en el futuro. Tendría sentido pensar que hemos tocado fondo. Una apreciación que no se atribuiría exclusivamente a que el entorno mundial es desfavorable, con alzas significativas de materias primas y bajas exportaciones. El mayor factor de alarma y frustración de la sociedad a causa de lo mucho que debemos viene de la percepción de que el Estado no se acoge a esa realidad reestructurándose para ahorrar y hacer eficiente la utilización de las recaudaciones y de los préstamos que toma, muchas veces sujetos a tasas altas de corto plazo, para obras que deberían postergarse, adjudicadas en formas que no garantizan la eficiencia de la inversión ni el destino real de cada dólar.
El único que cree que la realidad contable del país le permite seguir endeudando con severidad para el presente y el futuro es el Gobierno, como un suicida que solo obedece a sus obsesiones. Por eso pretende justificar su manejo de recursos externos basándose en el cálculo de Producto Interno Bruto, cerrando los ojos a la realidad de que hace ya tiempo que los acreedores nacionales e internacionales cargan con la mitad de sus ingresos, reduciendo agudamente su capacidad para atender apremiantes necesidades nacionales.
La violencia no está invitada
Reiteramos nuestro parecer de que no debería pretenderse una paralización de labores de alcance nacional para formular reclamos al Gobierno, erigiéndose sus organizadores en voceros de la nación. Y mucho menos que se apele a presiones y amenazas para lograrlo. En favor de las entidades que llaman a paro, y que juran que será pacífico, se percibe el sentir de que, efectivamente, los motivos para protestar en estos momentos son ostensibles, irrefutables.
Así lo reconocen incluso autoridades católicas de mucha representatividad y autoridad, incapaces de dejarse arrastrar a posiciones radicales o políticamente interesadas. Pero hasta en esas personalidades religiosas existe preocupación de que la protesta pueda ser infiltrada para desnaturalizarla con acciones de fuerza, de esas con las que a veces se pretende aparentar que los cierres son voluntarios. Los pescadores de mar revuelto deben estar a raya.