En el palacio

En el palacio

Apenas habíamos comenzado a intercambiar impresiones con los angustiados habitantes de La Laguna, en Padre Las Casas, cuando una voz nos advirtió que debíamos abordar el helicóptero por cuarta ocasión esa mañana, esta vez de vuelta hacia  San José de Ocoa, donde se esperaba la llegada del Presidente  Fernández. La Laguna impacta a simple vista, enclavada entre montañas, con sus casitas dispersas y un entorno natural de condiciones excelentes para el relajamiento espiritual.

La nave militar levantó vuelo dejando a aquella gente desanimada, apegada sólo a la promesa del gobernador de Azua, Ysvelio Delgadillo y del síndico de Guayabal, Alcibíades Vicente, quien prometió a la comunidad que retornarían en breve. Sobre el play de béisbol de Ocoa ya se había posado el helicóptero presidencial y en seguida nos dirigimos en caravana hasta la cercana comunidad de Sabana Larga, donde la crecida del arroyo La Vaca había hecho estragos entre 67 familias, algunas de las cuales perdieron sus casas. En la escuela de la comunidad, el Presidente Fernández entabló un diálogo directo con una de las refugiadas, a quien comunicó que para facilitar la reanudación  de la docencia en ese plantel, a las familias refugiadas se les alquilaría viviendas, hasta que el gobierno les construya una. Más tarde, algunos medios interpretaron que a  los damnificados a nivel nacional el gobierno les rentaría viviendas. “Cosas Veredes, Sancho”. El siguiente punto fue de nuevo a La Laguna. Los cuatro helicópteros levantaron vuelo, uno seguido del otro, y al cabo de unos minutos estábamos de nuevo sobre aquella comunidad. Por razones de seguridad, cada aparato descendió distante el uno del otro, y el que ocupaba la prensa quedó esta vez retirado del punto en que lo hizo el del Presidente. La población corrió despavorida, entre gritos y saltos al percatarse de la presencia de Fernández. ¡Leonel! ¡Leonel!, gritaban niños, mujeres y hombres, forcejeando con la seguridad para tocarlo y poder hablarle. Muchos lograron su cometido y expresaron sus quejas: El Puente sobre el río La Cueva, la escuela, etc., pero sobre todo comida. Ese jueves se prometió  enviarles mil raciones de alimentos. Pero la algarabía y el júbilo no contagiaron a todos. Annia Valdez, la esbelta mulata, de vestimenta exquisita, subdirectora de Prensa de la Presidencia, lamentó con creces  tener que caminar por  el centro de un potrero infectado. Las zapatillas descubiertas que llevaba facilitaron que sus pies fueran bañados por el  lodo pestilente. “Kleiner (López) saca bien ese lodo de las uñas, puede estar contaminado”. !Leptopira! !Leptopira!, se le escuchó gritar más de una vez.

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