MARTHA PÉREZ
Las comillas nos sirven para demostrar que el término enemigo está fuera de nuestro vocabulario frecuente, y sobre todo, de las sensaciones y sentimientos que impulsan las manifestaciones de una conducta, que nos empeñamos cada día sea de las más correctas, y de un proceder muy firme y preciso que nos vuelve capaz de expresar lo que pensamos con el mayor respeto posible, en el momento oportuno sin la menor inseguridad ni pretensión de desesperar o sacar de sus cabales a nuestros interlocutores o correlacionados. Es cuestión de estar y sentirse seguro de lo que se hace y se dice; que es lo mismo que hacer concordar el discurso y la acción.
Esto viene a colación, analizando la actitud frecuente de gente que se vuelve experta en calificar el sentimiento ajeno, el juicio de valor que perciben de los demás respecto de sí, juicio que sabiéndose certero y por demás con base de sustentación, lleva a rehuir el enfrentamiento con la verdad. Entonces, y con sobrada razón, ese tipo de personas prefiere ser una víctima del victimario que ellas mismas construyen, incluso en procura de ocultar o minimizar sus fallas, buscando quintas patas que les permitan maniobrar y ocultar verdades con grandes mentiras, ya sea para hacer daño a unos y favorecer a otros, pero principalmente para beneficiarse a sí mismas.
Pero no se dan cuenta estas personas que es su propia actitud mezquina que las prejuicia, porque en el preciso momento en que la verdad, el respeto y la razón del amigo, del colega, del relacionado se manifiestan, aún sea con la crítica constructiva, han de demostrar que verdaderamente son portadores de las cualidades con que se les ha conocido y reconocido. Y con las que ellas mismas se ofertan.
¿Qué sentido y valor podrían tener la «amistad» (valga para el caso las comillas) y los valores éticos morales de personas que la sinrazón les hace construir a sus enemigos? a los cuales, incluso, ellas mismas califican como tal?. La amistad, como el amor (y el respeto como uno de sus resultados) es compleja definirlos de manera conceptual, pese a las tantas expresiones poéticas y filosóficas con que se procura conceptualizarlos. Muchas veces estos excepcionales sentimientos se impermeabilizan con las apetencias de personas ambiciosas que siempre andan trillando caminos, de manera sigilosa y silenciosa, para ir más allá de donde suponen o le dijeron estaba el tesoro o beneficio que buscan. E ignorantemente creyendo que jamás serán descubiertas.
Es lamentable, aunque no tan difícil de entender, que personas a las que se quieren bien, se destacan, califican en muchos escenarios, de pronto se suelten de cualidades individuales sustentadoras de sus trayectorias y vayan convirtiéndose en una más, recibiendo el rechazo, la burla, la humillación y el cuestionamiento. ¡Qué lástima!.
Porque los dominicanos y dominicanas siempre hemos levantado muy en alto la dignidad y el respeto como uno más de nuestros gloriosos símbolos patrios. Cuando dejamos de actuar así nos descalificamos entre sí y hasta frente a nuestros hermanos extranjeros, de cualquier continente.
La sinceridad, complemento de la franqueza; la lealtad, como la fidelidad; la fraternidad, la audacia, la razón, el compromiso, la responsabilidad, la honradez, la disciplina, la seriedad, la transparencia, la firmeza, la humildad, el respeto, el amor, la justicia y la paz, son directamente opuestos a la mentira, la deslealtad e infidelidad, a la discriminación, a la sinrazón, a la irresponsabilidad, a la indisciplina, la ambivalencia, la corrupción, a la prepotencia, al irrespeto, al odio, a la injusticia y a la guerra fría.
Las primeras cualidades y valores son estrictamente propias de los seres humanos, aunque algunos animales poseen ciertas de éstas. Y forman parte esencial de lo que los hace más humanos para aceptarse a sí mismos y aceptar y convivir con los demás de su clase y de su especie en ambientes compartidos. Ninguno tiene el derecho de manipular a otro, aunque se crea con el poder para hacerlo; ese poder que es intrínseco de las leyes y normas políticas y sociales que rigen un conglomerado, pero que deben de ser iguales para todos. Así lo promueven el presidente de la República, doctor Leonel Fernández, y el Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, para sólo citar las dos máximas figuras del país, indistintamente, (del Estado y de la Iglesia Católica). Los demás, en sus contextos, aunque ciudadanos libres también, son subalternos con deberes y derechos, y más bien deben de ser colaboradores todos. Que nadie se equivoque. Pero no se les impide que algunos prefieran convertirse en amigos prejuiciados de «enemigos» felices. Y valga aclarar que en este caso lo de feliz no es bienestar material sino lealtad, dignidad, seguridad, firmeza y equilibrio mente cuerpo. Es cuestión de principios, por demás.