Enfermar a conveniencia

Enfermar a conveniencia

Horacio

Escoja usted: lo mismo se puede ir al encuentro de alguna carga viral apretujándose en el Metro, en carros públicos y supermercados durante el breve lapso de libre tránsito, que en el horario de toque de queda, violándolo desde luego con ingestas y cherchas huidas de la vista de la Policía.

Jolgorios a deshoras en los traspatios como lugares de reunión de familiares y vecinos o al interior de proyectos habitacionales cerrados que los hay para ricos y hasta para clase media baja. Paraísos para la interacción social imprudente que hace feliz no solo a los participantes: también al ingrato huésped microscópico que tuvo su punto de partida en una ciudad china. Vacacionista incontenible.

República Dominicana ha descubierto la incongruente fórmula que permite al patógeno SARS-CoV-2 viajar por el tejido social con permiso y sin permiso, algo muy macondiano por cierto.

Estamos bien con Dios porque en lo formal, ponemos trabas a las transmisiones de una terrible enfermedad que azota a cristianos; y con el Diablo porque lo que más quiere el Príncipe de las Tinieblas es que siempre haya almas entrando a los avernos tras haber usado sus cuerpos transgresoramente en cuanto a leyes humanas y mandamientos.

Luzbel siempre está atento a los decesos en pecado que elevan la estada en su zona de llamaradas y seguramente agradece constantemente el que los accidentes de tránsito en República Dominicana sean tan efectivos en producir viajes al otro mundo, no tratándose siempre de seres inocentes; esos individuos de respeto que suelen ser llevados al más allá por la imprudencia de conductores sin conciencia o con mucho alcohol en sus organismos.

Gusta también de que la salvajada de asesinar a mujeres indefensas, causa indetenible de orfandad por todo el territorio nacional, sea seguida por la autoeliminación de los ejecutores que sangrientamente ganan entonces un cupo para los castigos divinos que están basados en altísimas temperaturas.

Justicia tardía, a decir verdad porque lo ideal sería refrenar a los potenciales feminicidas para que guarden cárcel por un tiempo, que los fogoneros de ultratumba pueden esperar.

En toda la historia de la humanidad siempre han salido tiros por la culata para perjuicio de lo que aprietan el gatillo. En el caso de las restricciones a la criolla y mal calculada en sus posibles efectos posteriores, el pago de consecuencias no diferencia a justos de pecadores.

Se puede fuñir el humilde pasajero de cíclicos esfuerzos por llegar a su trabajo y regresar, forzado a respirar el aire que proviene de muchos huecos nasales, tete a tete con los vectores que podrían estar poblando los medios de transporte tras formar parte de filas abigarradas.

También se convierte en blanco de los transmisores microbianos aquel que festivamente llena su sistema circulatorio de licores en horas prohibidas, expuesto a caer en euforias de esas que llevan a desvestirse para no irse blanco en las parrandas clandestinas.

Entregarse a la fornicación es algo que fácilmente arrasa con todo aquello que tape la cara después de haber dejado al aire hasta a las más íntimas partes del cuerpo. No habría «ventanas» cerradas a la infección desde los pies a la cabeza.

En esos vagones de subterráneos y elevados aparecen unos contadores de chistes y ocurrencias de máximo gracejo. Tras cada humorada la fuerza pulmonar de los que ríen dispara chorros de gérmenes que salen carísimos para quienes no lleven mascarillas o para los que se despojen de ellas para ejercer contundentemente su derecho a la carcajada.

Me llama la atención la fidelidad a la cuarentena en que permanece el señor Roldán, el prestamista que conozco. Algunos usuarios de sus facilidades crediticias de menor cuantía y altos intereses pretenden formular sus solicitudes financieras hablándole en voz baja y al oído para que los demás no sepan de sus apuros, cosa que no permite.

Deben dirigiéndose a él con dos metros de distancia de por medio y recurrir a un lenguaje encriptado que solo ellos conocen sobre montos, plazos y tasas que nunca son preferenciales. «En tiempos de guerra todo cuesta más», suele decir a veces como quien no quiere la cosa.

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