Enfermedad y esperanza

Enfermedad y esperanza

VEROUSCHKA FREIXAS DE VELÁZQUEZ
“Digo siempre, a la gente que sufre, que el sufrimiento es un beso de Jesús, una señal de que se está muy cerca de El sobre la cruz, tan cerca que Jesús les puede besar”. Fueron pocos los meses en que la vida de nuestro ser amado se fue extinguiendo como la llama de una vela. Durante el duro proceso de acompañar al enfermo percibimos el sentido último, el trascendente, de cuanto aconteció a nuestro alrededor: el gesto compasivo del amigo, la palabra de aliento oportuna, el apretón de mano sincero, la grata presencia que acompañó sin palabras y profunda fe, la ayuda desinteresada; para todo esto no existe ni existirá precio alguno que se pueda pagar.Madre Teresa de Calcuta

Escribo estas líneas para todos aquellos que han transitado o aún transitan el duro camino de vivir junto a un ser querido con una enfermedad terminal y cuya esperanza de vida es, como en el caso de mi querido suegro, de unas pocas semanas.

La mayor parte de las veces los médicos crean falsas esperanzas y expectativas a los familiares y al paciente, solo a costa de prolongar el sufrimiento con tratamientos que nada le aportarán a su irreversible condición y careciendo de un soporte psicológico (parte que considero muy importante) para parientes y al mismo enfermo, teniendo que transitar ambos, muchas veces a ciegas, un tortuoso camino de espinas, creándose estados de desesperación, desasosiego, de culpas y reproches al no saber qué hacer o cómo lidiar ante tales hechos y circunstancias.

¿Acaso el paciente cuando aún está en su pleno juicio no debe saber qué esperar de su enfermedad, de las consecuencias que le puede provocar determinado tratamiento?

¿De si en su estado avanzado es aconsejable darle tal o cuál medicamento?

¿Por qué aunque el paciente ya no le quedan esperanzas de vida, no se le ayuda a saber morir y a hacerlo dignamente, con respeto, con amor, no sólo de sus parientes, sino de sus propios médicos a los cuáles el enfermo identifica como sus dioses salvadores?

Junto a mi familia vivimos momentos desgarradoramente angustiantes, no sólo por desconocer el monstruo al que nos enfrentábamos, sino también a la desidia por parte de algunos médicos de cabecera que atendieron a mi suegro, quienes jamás lo visitaron a su casa cuando a ella fue llevado, entrando en dos ocasiones en estados semicomatosos y de deshidratación extrema.

Quisiera expresar esto no por que crea que todos los médicos sean así –hay muchos que practican cabalmente el juramento hipocrático–, sino por el hecho de que vemos que algunos de éstos galenos –de gran nombradía en nuestro medio–, con sus actitudes arrogantes y displicentes, poses de “divos inalcanzables”, le restan a ese oficio tan noble como lo es la medicina, el carácter humanístico de sacrificio y entrega que debe tener.

El paciente moribundo, a parte de los cuidados extremos, demanda una dosis muy elevada de amor y respeto: un abrazo, una mano que acaricia, una presencia, unas palabras de aliento y fe, valen más que mil medicamentos inyectados a través del suero.

Vemos que se ha perdido mucho de humanidad en éstos profesionales de la salud, con sus clínicas privadas de lujosos consultorios, clientes de primera y a otros que clasifican para segunda categoría, con habitaciones claustrofóbicas y olor a fumigación reciente, camas pétreas, enfermeras apáticas, …¡médicos indolentes! (con sus excepciones), con aires de divismo, quienes nos restrujan a la cara nuestra ingnorancia, y cuyos bolsillos llenan a base de prolongar el dolor ajeno.

Los ojos de un enfermo grave hablan sin decir palabras, entienden nuestras actitudes y son más sensibles y agudos debido a su padecimiento, mucho más de lo que podamos pensar.

Por eso creo, después de vivir esta experiencia de tan profundo e insondable dolor compartido con mi familia, que la sociedad tiene que dar una calidad de vida mejor a los enfermos terminales, debe haber más humanidad y menos mercantilismo.

Alguien nos dijo una gran verdad: que nos lleváramos a papá a donde hubiese sol y viera el mar azul, escuchando la música que le gustaba, susurrándole al oído que no estaba solo, pues Jesús y sus seres queridos que se habían marchado antes le esperaban al otro lado, en el umbral de la eternidad, y que ese cuerpo, esa envoltura gastada se quedaba, pero su espíritu se liberaba y volvía a quien lo había creado originalmente, nuestro Dios Padre.

Comencé este artículo con una frase muy bella de la Madre Teresa y lo concluyo con otras sabias palabras de ella: “Preferiría cometer errores con gentileza y compasión antes que obrar milagros con descortesía y dureza”.

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