Enfermos mentales deambulan por las calles

Enfermos mentales deambulan por las calles

POR LLENNIS JIMÉNEZ
Decenas de enfermos mentales, algunos desnudos, deambulan por sectores residenciales del Distrito Nacional, así como perros sarnosos que contaminan el ambiente, a los que la Secretaría de Salud Pública y el Ayuntamiento no les prestan atención.

La mayoría de los dementes recorren las vías principales de la capital, como 27 de Febrero, John F. Kennedy, Independencia, San Martín e incluso,  hasta la turística avenida George Washington, en el Malecón.

Son deprimentes los espectáculos que protagonizan los dementes y muchos niños desamparados, quienes ante la mirada indiferente de las autoridades y de los que trabajan en Organizaciones No Gubernamentales, ONGs, consumen comidas contaminadas en zafacones y vertederos.

Los adultos con peores trastornos mentales se desnudan y recorren calles y avenidas, algunos de los cuales atemorizan tanto a peatones como a conductores.

A algunos enfermos les da por lanzarle basura a la gente, en otros casos más peligrosos, piedras, y en el peor de los casos, materia fecal, en tanto que otros agreden física y verbalmente a quienes osen pasarles cerca.

Tal es el caso de Nancy Rodríguez, una joven del sector María Auxiliadora, quien perdió la memoria hace varios años, al igual que su madre, Ilsa.

El dolor que le causa a Asia María Mateo ver a su hija y a su nieta locas, dice que sólo ha podido soportarlo, aferrándose a Dios.

De su hija, que desde los 19 años confrontó problemas mentales, añade que sabe poco porque abandonó la casa.

Mientras enjuga las lágrimas que por tantos años ha derramado, la señora Mateo cuenta que cuando ve a su nieta desnudarse en público, lo único que le queda es llorar en la intimidad de su humilde vivienda en la calle Samaná esquina Madre Mazarello.

Los arrebatos que en que suele caer Nancy, producto de la depresión, el hambre o cada vez que es molestada por quienes contemplan su situación, la llevan a desnudarse en sus dos lugares habituales, la calle Manuela Diez próximo a la parroquia María Auxiliadora y en la calle Samaná, cerca de la casa de su abuela.

La gente dice que también la trastornada se ha acostumbrado a arrebatarles las pertenencias a los transeúntes.

Doña María, como todos la conocen, las ha pasado todas, pues también en un accidente de tránsito, hace ocho años, perdió a su hijo Samuel, uno de los cuatro que se le criaron.

Otros tres se le murieron pequeños y no se ha cumplido un año que le mataron a su sexto vástago Carlos, procreado en su único matrimonio. El crimen ocurrió en la proximidad de su casa. Su tercera hija, Bienvenida, está radicada en Venezuela, con problemas económicos.

María cuenta que su hija Ilsa perdió la memoria tras frustrarse su matrimonio con un hombre de San Juan de la Maguana, quien alegadamente no la respaldó.

Sin embargo, no sabe quién es el padre de la nieta que la atormenta desde los tres días de nacida, cuando la adoptó.

La mujer vive sola en una diminuta casa, la cual mantiene protegida con verja, ante la continua amenaza de su hija y su nieta, ya que Nancy ha intentado matarla en los momentos que hace crisis y le ha reiterado que le quitará la vida.

“Yo nunca he tenido ayuda de nadie, sólo de Dios”, afirma lamentando no poder acoger en su vivienda a su nieta. En un reducido espacio, para sobrevivir vende algunos dulces, de los que obtiene los recursos para comer, pero debe mantener la puerta cerrada, ya que, en ocasiones, Nancy le ha dañado la mercancía.

Además de verla desnuda, María tiene que soportar observar a su nieta sentarse entre la basura que la gente coloca frente a su casa y lo peor, saber que los malhechores del barrio la ultrajan y la violan sexualmente.

“Ellos le hacen daño y las mujeres leventes y tígueras le hacen daño. Le hacen de todo”, se quejó. De la vida tranquila de Nancy, apenas conserva una fotografía, en la que muestra su mejor sonrisa y un estado anímico aparentemente normal.

Sostiene que su nieta siempre demostró ser fuerte y tener algunos trastornos. De niña estudió en colegios de monjas, donde se le avisó su condición. Empero, esperaban que no tuviera la misma suerte de su madre, debido a que con sano juicio, cursó hasta el tercero del bachillerato.

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