Las causas de muerte prematura deben ser motivo de mucha atención para las autoridades de un país en el que se observan tendencias de esta naturaleza a partir de enfermedades no contagiosas. Sin embargo, aquí es prácticamente nulo el esfuerzo por investigar por qué tanta gente muere prematuramente por complicaciones del nacimiento, enfermedad isquémica de corazón, accidentes cerebro vasculares y las tragedias de tránsito, entre otras. El fenómeno, si así puede llamarse, es de carácter pecuniario y responde a intereses más comerciales que científicos.

El principal investigador del informe “Brechas de Investigación en Salud en la República Dominicana: un análisis de los estudios implementados durante el período 2009-2013” asocia esta conducta a los organismos internacionales y empresas farmacéuticas que patrocinan estudios sobre enfermedades transmisibles, aunque esos no son los padecimientos más mortíferos que afectan a los dominicanos.

El informe de referencia afirma que, desde hace décadas, la República Dominicana vive una transición epidemiológica pero todavía el énfasis de las investigaciones está enfocado en las condiciones transmisibles. Queda pues en entredicho que estemos haciendo lo que científicamente corresponde para salvar vidas. Nuestro enfoque sobre las causas de muerte sucumbe ante los intereses.

La mujer sigue en desventaja

La composición de la boleta electoral es un exponente elocuente de las desventajas que afectan los derechos políticos de la mujer. Lo primero es que son una proporción muy baja del total de candidatos a posiciones electivas y a esto le sigue el hecho de que las principales candidaturas las ostentan los hombres. La boleta misma desmiente cualquier prédica que pretenda hacer creer que hay equidad en el trato de la mujer en cuanto a sus derechos de elegir y ser elegidas.

Pero hay más. Hay quienes entienden que en la boleta deberían alternarse las posiciones de las fotos de los candidatos, de modo que se intercalen las de las mujeres y las de los hombres. Esto tendría que ver con el llamado arrastre, en el que también las mujeres parecen indiscutiblemente discriminadas.