Enhorabuena

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La reciente aprobación de las pautas que regularán la prestación de servicios de seguridad por parte de firmas privadas constituye un paso de avance necesario en un país en que abundan las empresas de este tipo.

Fue esta proliferación de empresas de vigilancia y seguridad lo que motivó la creación por decreto, el 15 de diciembre del 2003, de la Superintendencia de Vigilancia y Seguridad Privada, encabezada por el titular de las Fuerzas Armadas y de la que forman parte los secretarios de Interior y Policía y de Trabajo, así como el director del Instituto Dominicano de Seguros Sociales y un representante de la Asociación Dominicana de Empresas de Seguridad. Esta superintendencia sustituyó la Junta Reguladora de Empresas de Vigilancia, también adscrita a las Fuerzas Armadas.

El reglamento aprobado está llamado a definir explícitamente los linderos de la prestación de servicios privados de vigilancia y seguridad, así como los requisitos que deberán llenar las personas que se dediquen a estas actividades.

Hasta ahora habían sido muy tímidas las regulaciones sobre las empresas que ofrecen servicios de vigilancia y seguridad y quizás eso ha facilitado que sean frecuentes los casos en que vigilantes privados se han visto involucrados en irregularidades.

Un servicio tan delicado como la seguridad y la vigilancia tiene que basarse en reglas que no se presten a torcimientos e interpretaciones, y que en cambio sirvan de garantía para todos.

Estas regulaciones de seguro beneficiarán a la ciudadanía en general, y en particular a las empresas de mayor prestigio, pues la prestación de servicios de seguridad y vigilancia tendrá que hacerse con apego a criterios más depurados y modernos. Nos alegramos de que andemos en esos pasos.

[b]¿Y después…?[/b]

Las fotos que han estado divulgando los medios de comunicación con escenas del avance de los rebeldes en Haití contienen un mensaje y una expectativa inquietantes.

Hasta ahora el patrón de conducta de los alzados ha sido matar y destruir en cada ciudad que han tomado. Más allá de eso, los líderes emiten un mensaje festivo, de celebración y risas, de tabaco y ron.

Por otra parte, la oposición política sigue replegada, neutralizada, reclamando la salida del presidente Jean Bertrand Aristide, pero renegando del derrocamiento por medios violentos, algo que parece inminente.

Hasta ahora hemos visto exterminio, incendio, saqueo y poco recato al aparecer en fotos con botellas de bebidas alcohólicas, celebrando el aplastamiento lento pero seguro del régimen civil, y mal que bien, elegido por voto.

¿Cuáles son las expéctativas que las circunstancias actuales habrán de garantizarle al pueblo haitiano? ¿Acaso la vuelta a un régimen de corte duvalierista? ¿Cuáles garantías se ofrecerán a la huidiza oposición política que, al menos públicamente, es una pieza disidente en medio de los acontecimientos en marcha?

La cabeza política de la rebelión todavía no asoma, no se expone, no reivindica la responsabilidad sobre la lucha armada que tiene aterrados a los haitianos. ¿O acaso no existe esa cabeza política?

La comunidad internacional, el sistema interamericano y los «amigos» de Haití, del sufrido pueblo haitiano, deberían ocuparse de que las respuestas que todos esperamos sean más auspiciosas que lo que permiten intuir las fotografías sobre el avance de la rebelión.

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