Enjuagar los dolores

Enjuagar los dolores

Los escritores inventan historias que no han ocurrido nunca, pero que podrían ocurrir en cualquier momento. Son historias “a punto de estallar”, relaciones humanas en camino de llegar a ser. Podríamos decir, como los filósofos del siglo XIX, que esas historias están en el tránsito entre “lo posible y lo real”. Lo real es, según esos pensadores, la actualización o ejecución de la posibilidad. Los escritores “escrutan las cosas” y suelen descubrir cuando van a morir o a florecer. Otras veces, los escritores toman historias reales, vividas por vecinos o parientes, y las transforman, añadiendo o quitando algunos elementos, para adecuarlas a las técnicas narrativas o a sus visiones sociales.

Quienes no son escritores no pueden realizar impunemente estos “escamoteos biográficos”. La mayor parte de los seres humanos está condenada a trabajar calladamente durante muchísimos años, a sufrir los dolores de la injusticia -social y política-, sin recurrir a los paliativos psíquicos del arte literario. Con frecuencia, el escritor mira por encima del hombro a estos “hombres comunes”, cuyo destino es sufrir embates sociales y políticos, sin poder dejar un acta donde consten sus tribulaciones.
Y esto no es lo peor; muchos escritores esperan que, por efecto de la educación, o como simple resultado de la madurez, las gentes arriben a formas de comprensión que les permitan “vivir mejor”. Suponen que los hombres todos tienen la capacidad de perfeccionarse. Algunos creen que la bondad divina abre las puertas de la iluminación moral; que la conversión es tan posible como frecuente. La experiencia diaria del hombre común es al revés; los delincuentes son cada día peores; y no dan la menor muestra de querer enmendar su conducta. Las cosas que andan mal en la sociedad, lo más probable es que continúen mal durante mucho tiempo.
Los escritores encuentran en sus ficciones consuelos que no encuentran muchos de los llamados “hombres comunes”. Las trampas de los ladrones, los negocios de los traficantes de influencias, de personas o de drogas, no acaban nunca. Resisten todas las redadas policiales y numerosas “campañas de prensa”. El escritor combate la tristeza a base de esperanzas o de bellezas formales; no todos los seres humanos consiguen enjuagar el dolor por esos medios.

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