Enredado en las patas de un caballo

Enredado en las patas de un caballo

El vulgo, siempre ingenioso, acuña frases geniales, crípticas, sin dejar de ser descriptivas cuando expresa su pensar y sentir advirtiendo o denunciando una situación calamitosa que afecta, de manera directa o indirectamente, a una persona, un grupo, una colectividad o población determinada que se ve envuelta por diversos factores externos naturales o acciones personales indebidamente encausados, que al margen de una supuesta buena intención, queda “enredao en las patas de un caballo”, a quien “no lo salva ni Checheré”.
País hermoso el nuestro de bellas playas, encantadores atardeceres, verdes montañas, bosques, praderas y ríos que se resisten a perecer. De gente buena, sencilla, laboriosa y hospitalaria, no carente de valores y de líderes políticos, empresariales, obreros, campesinos, estudiantiles, de gobernantes y maestros auténticos. Hombres y mujeres con capacidad de sacrificio: íntegros, honestos, dignos de servir de ejemplo, identificados con las causas nobles de su pueblo, sin mezquindades.
Lamentablemente este país, de nuestros amores, aceleradamente, de forma alarmante, irresponsable, violentamente se ha estado anarquizando, atrapado por un panorama sombrío, que toma cuerpo al extremo de no tener mañana, enredado en las patas de un caballo que grita “sálvese el que pueda”, porque para sobrevivir todos los medios y recursos son válidos y donde todo está permitido porque donde no hay leyes, ni autoridades, ni líderes que se respeten e impongan con su moral el orden, el respeto y la disciplina, se siembra el caos y la anarquía y donde hay anarquía y caos todo está perdido.
¿Y a qué debemos esta dolorosa situación que nos causa vergüenza ajena? A que seudos líderes y gobernantes atrapados en la maraña de sus propias ambiciones personales han abandonado y postergado por demasiado tiempo su compromiso con el pueblo, la búsqueda de soluciones efectivas que supere o atenúe al menos la desesperante situación que nos muestran al desnudo las encuestas y los estudios científicos que revelan nuestras carencias y los penosos niveles de corrupción, de crímenes, de violencia callejera y organizada, de inseguridad ciudadana, feminicidios, la marginación y pobreza de una inmensa mayoría desprotegida que contrasta con la opulencia de grupos poderosos, depredador y corrupto, perdidos en su apetencia insaciable de poder y dinero mal habido que deshonra.
Para qué hablar entonces de Ley de Partidos y de consenso, para qué de Ley Electoral, de primarias abiertas o cerradas, de invocar la Constitución de la República como suprema ley cuando, conscientemente, esta se desconoce y se violenta cuantas veces atenta contra “mi” objetivo principal: llegar o mantenerme en el poder modificando o ignorando sus cánones, el orden institucional constituido, en este caso patético para garantizar mayor equidad, trasparencia y eficacia en el proceso electoral y en las campañas partidistas electoreras, confiada esa delicada misión a los órganos electorales, precisamente por la Constitución de la República.
Que estos respondan o no a determinados intereses, es harina de otro costal. Siempre que se actúe apegado a los principios y normas establecidos en la Carta Magna sus disposiciones deben respetarse, si queremos salir del caos, de las patas del caballo.

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