Una clásica expresión milenaria dicha por Heráclito, filósofo griego, es la que reza de la siguiente manera: “Todo fluye, todo cambia, nada permanece”. Para quienes hemos tenido la dicha de vivir el tiempo suficiente, los hechos, que son más elocuentes que las letras, constatan la gran verdad que dicho pensamiento encierra. Las modas vienen y van, sólo la memoria histórica queda para las generaciones futuras. La especie humana apostando a la mejora continua, ha conseguido romper la barrera del temporal-espacial en la era digital. Contemplamos atónitos a niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos con sus ojos embelesados sobre la pantalla del teléfono inteligente. De modo paradójico el narcisismo que alcanza niveles altos jamás soñados, convive con una socialización de las imágenes y el sonido generados en el diario quehacer. La internet, cual gigante residencia de un imaginario arácnido, nos arropa a todos. Compulsivamente, para cuanto hacemos, sentimos la urgencia de compartirlo con las amistades a través de las redes sociales. Andamos por las autopistas de Facebook, Instagram, Twitter y WhatsApp constantemente, mientras que con el sistema de cámara de el celular tomamos fotografías y videos a granel.
Recientemente estuve presente en una gran fiesta navideña. De inicio me dediqué a contemplar la alegría y el bullicio propio de la tradicional época del año. Lo primero que llamó mi atención fue la segmentación de los asistentes; en vez de una híbrida emulsión social, el público se dividió en dos bandos. La causa inmediata de la separación lo fue el anuncio de la presentación de una popular agrupación musical de salsa moderna. Sentados, todos los adultos observábamos el show artístico en desarrollo. De su parte, la totalidad de adolescentes y jóvenes se aglomeró alrededor de la tarima cada uno con sus aparatos celulares en sus manos. La infinidad de luces emitidas por dichos teléfonos daban la sensación de un gran cielo estrellado. Para recibir a músicos y cantantes el animador, sabiamente no pidió lo que quienes estábamos sentados suponíamos que era el aplauso, sino que se limitó a solicitar que hiciéramos una bulla. El universo respondió con un atronador grito de alegría. Lógicamente que de haber requerido lo primero sólo hubiera obtenido unos atenuados sonidos de las manos, ya que las de la juventud estaban prisioneras grabando el evento.
La tecnología digital vino para quedarse, eso sí, en mejora continua. Alguien con justa razón ha dicho: ¡Información es poder! Nosotros agregamos: Información más comunicación es un gran poder. Las llamadas a teléfonos residenciales en la República dominicana son cada día menos frecuentes ya que es más fácil y efectivo llamar al celular o dejar un recado a través del sistema de mensajería. La frecuente innovación vuelve corto el ciclo de obsolescencia de los equipos, lo cual da auge al mercado de consumidores. Cada vez pensamos y meditamos menos, pero decidimos y actuamos sin sopesar las consecuencias. Los impulsos, hijos de la emoción, dominan nuestro accionar. La observación de la naturaleza, el deleite pausado de los amaneceres y los atardeceres son rémoras pretéritas. El tiempo resulta corto, apenas suficiente para el goce momentáneo.
A toda aceleración debía seguirle una desaceleración, sin embargo, todo parece indicar que esos antiguos paradigmas han caducado, o peor aún, son contradictorios a la luz de lo que hoy sucede. Estamos enredados para largo y es probable que lo sigamos en una red más amplia y compleja.
Todo fluye, todo cambia; nos reitera Heráclito.