Enredados y casi sin salida

Enredados y casi sin salida

Vivimos atascados con la mente llena de imágenes y sonidos

Gracias a la memoria puede el Homo sapiens traer al presente recuerdos de la infancia, adolescencia y adultez hasta mostrar esas vivencias siempre y cuando el aguafiestas Alzheimer no nos juegue una de sus pesadas bromas.

Recordar es vivir sentencia el poeta, mientras el filósofo sonríe complacido frente al pensador dormido en el ensueño del ayer.

Con evidente melancolía añoramos volver a contemplar al abuelito junto a su consorte, sentados en uno de los bancos del parque capitalino, sus miradas perdidas en lontananza, reviviendo los románticos momentos de aquellos divinos tiempos de juventud.

Aquellas novelas radiales, reemplazadas luego por las telenovelas conseguían embelesar, esclavizar e hipnotizar al oído y a la vista de sus fieles seguidores. Cerrado y sepultado ha quedado el ciclo de la última mitad del siglo XX.

Con dos décadas agotadas del nuevo milenio me decido a reanudar mi función de transeúnte citadino observador.

Echados en la acera o parados en las esquinas veo a grupos de adolescentes, jóvenes y adultos abstraídos y ensimismados frente a la pantalla de sus teléfonos inteligentes, absorbidos por completo, de tal manera que todo su derredor es ignorado, mientras escriben textos y miran vídeos cortos secuenciados.

Leo sus rostros enajenados, pendientes solamente de cuanto emana del celular, para en seguida responder con un breve mensaje de audio, en una jerga que solamente sus homólogos comprenden.

Todos los lugares públicos muestran el mismo panorama: gente con la vista fija en el móvil, cual si se tratara de un fetiche magnético.

Ahora una parte mayoritaria de la población se informa y comunica a través de las redes sociales. Poca gente te pregunta donde vives, esa interrogante ha sido sustituida por la expresión “dame tu WhatsApp”. Analistas conservadores calculan que los usuarios juveniles se mantienen unas siete horas al día atados a las redes sociales, a través de teléfonos celulares.

Los videos grabaciones y los audios montados en las plataformas de Facebook, Instagram, YouTube, WhatsApp y Tik Tok representan las vías más comunes de comunicación en el mundo occidental.

Cuando otrora tardábamos meses, semanas o días para recibir una misiva, hoy la misma nos llega al instante en tiempo real; ejemplo vivo son las ahora muy de moda videollamadas y conferencias.

Uno de los graves problemas que confrontamos es el de las ediciones y montajes, en donde voz e imagen pueden ser parcial o totalmente modificados de una forma tal, que aún a los expertos les resulta sumamente trabajoso distinguir, entre algo original y real, de otro alterado y engañoso.

¿Cómo diferenciar una noticia falsa de una verdadera? ¿Cómo saber si un evento está sucediendo en equis lugar, o de si se trata de una información generada en el pasado y en otro punto del globo? Es tanta la prisa con la que ingerimos los copiosos datos, que apenas empezamos a masticarlos y saborearlos cuando ya se nos presentan otros de refuerzo.

Es así como vivimos atascados, con la mente llena de imágenes y de sonidos que eclipsan nuestros abrumados cerebros.

Jamás habíamos sido capaces de saturarnos con tanta información. Al tiempo que intercambiamos fotos, videos, audios y mensajes escritos, también alimentamos unos algoritmos sobre lo que nos gusta o desagrada, creando así un perfil psicosocial de comportamiento individual casi exacto.

La sociedad de consumo utiliza la red informativa para generar una ficha fiel de cada consumidor.

La comunicación postmoderna nos tiene enredados y casi sin salida.

Todos los lugares públicos muestran el mismo panorama: gente con la vista fija en el móvil

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