Enrique Blanco, un personaje de leyendas para bien o para mal

Enrique Blanco, un personaje de leyendas para bien o para mal

POR ÁNGELA PEÑA
No sólo ostenta el nombre de la principal, más extensa y transitada avenida de Guaricano. Fue también el celebrado personaje de una película sobre su vida y el que fue inmortalizado en un merengue de Wilfrido Vargas que hizo historia. Tiene tres biógrafos que exaltan su valentía y lo presentan como decidido opositor a Trujillo aunque uno de ellos, Libio Amaury Matos, recoge también las versiones desfavorables en torno al ex soldado convertido en leyenda, dotado de un indiscutible valor que aún se glorifica.

Sin embargo, para historiadores y mayores que vivieron esos tiempos, Enrique Blanco no fue ni héroe ni mártir. Dicen que fue un bandido, asesino y criminal que durante más de cinco años mantuvo en zozobra al país. Según los autores de sus semblanzas, Blanco sólo mataba a sus persecutores, pero asesinó hasta al brujo haitiano que le arregló el resguardo porque al despacharlo le dijo: “Ya estás preparado, a partir de ahora sólo te mata Dios o yo”. “Acto seguido Enrique Blanco sacó su revólver y le dio un balazo en la frente  que le voló los sesos,  para que de ahí en adelante sólo lo matase Dios”, escribe Matos.

Mandó al otro mundo a un hermano del tamborero Ramón Batero a quien el ejército supuestamente encargó tocar un perico ripiao, la música favorita del legendario fugitivo, para que lo malograra de frente o por la espalda mientras bailaba. Enterado del plan, Enrique mandó a decir al músico, después de eliminar al pariente, que lo mismo haría con él si no desistía de la orden. Quitó del medio a alcaldes pedáneos, guardias y policías que lo enfrentaban y no fueron pocos los militares que, si no despachó al más allá, al menos asustó, como al sargento Laureano Martínez, apodado “Comegente” por el terror que infundía. Enrique Blanco devoraba unos tostones con longaniza en el parque Valerio de Santiago cuando el bravucón se acercó anunciando que buscaba a Enrique Blanco. Al decirle el fugitivo  que Enrique Blanco era un hombre muy peligroso el sargento comentó despectivamente: “¿Qué peligroso ni peligroso, yo quisiera que se topara conmigo pa que tú veas si es guapo o no”. –Pues mire, yo soy Enrique Blanco, sargento guapo-, replicó sacando su revólver más rápido que el militar. No lo mató, pero le dio un balazo en la gorra para que viera quien era él con un arma en la mano, cuenta Matos. “Dijeron testigos que el sargento casi en estado de defecación fue retrocediendo y Enrique Blanco dándole chance hasta que partió corriendo a mayor velocidad que una bala de béisbol lanzada a 95 millas”, agrega.

Forajido o antitrujillista? 

Antes de que Trujillo subiera al poder en 1930, Enrique Blanco, que ingresó al ejército  en 1926, fue dado de baja por mala conducta al verse envuelto en altercados que degeneraron en muertes, golpes, heridos, producto de su afición al alcohol, el juego de azar, la pelea de gallos, refiere Matos en su libro “Enrique Blanco: el rebelde invencible”.  Cuando se emborrachaba, narra, se ponía furioso, revoltoso y hacía desórdenes donde quiera… Al jugar, botella de ron en mano, casi siempre protagonizaba riñas. Por estas razones se descalificó para ser reingresado en un segundo periodo y  fue dado de baja después de tres años de servicio en la 17va. Compañía del cuerpo castrense”.

En esa etapa, añade, fue además “muy arbitrario y excesivo en sus servicios frente a la ciudadanía. Esta forma de actuar le granjeó el desprecio de muchos de sus compañeros de armas, varios de los cuales se resistían a acompañarle en las rondas de patrulla, ante los abusos y excesos que cometía sobre la población civil”. Gracias a la simpatía que estas acciones despertaban en sus superiores le fueron conmutadas varias sanciones y penas de cárcel impuestas por Consejos Militares, manifiesta. Sin embargo, por cometer tantas faltas dentro de la institución fue imposible realistarlo, expresa. “Ya en la vida civil regresó a la sección Don Pedro Abajo, su lugar de origen, y se integró a la agricultura en los predios de su padre”.

Si observó una conducta tan defectuosa, si no fue ciertamente un rebelde por oposición a la incipiente dictadura de Trujillo ¿a cuáles méritos obedecen los reconocimientos y homenajes póstumos? Luis Manuel Patrocinio fue el primero en reivindicar esta controversial figura en su libro “Enrique Blanco, El rebelde solitario”, publicado en 1971. A él siguió Luis Arzeno con otra obra que responde a la misma intención. “Quienes lo conocieron dan  fe de un hombre que odiaba a los serviles del régimen trujillista y no de un malhechor y criminal, como lo juzgó moralmente Trujillo”, apunta Patrocinio. Lamenta el poco tributo de los historiadores dominicanos a su personaje y afirma que Enrique Blanco desertó del ejército “decepcionado por los horrores y vejámenes que se vislumbraban en el régimen”. Es reiterativo al destacar que Enrique odiaba a la guardia y al gobierno trujillistas y que luchaba contra las injusticias del tirano aunque ignorante en política. Asegura también que le atribuyeron crímenes que no cometió.

Libio Amaury Matos comenta: “Las múltiples acciones en las que participó Enrique Blanco lo convirtieron en una figura legendaria. Su deserción y fuga del Ejército Nacional con todo y arma de reglamento y su declarada rebeldía contra la crueldad, oprobio y opresión del régimen tiránico del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, llevó a la dictadura a movilizar casi todo el Ejército en su búsqueda y captura, cosa que nunca pudo lograr, a pesar de que dispuso para esa misión a sus miembros más probos, diestros y duros, muchos de los cuales fueron muertos por el propio rebelde en sus encuentros”.

La Enciclopedia Dominicana recoge la versión de que “desertó del ejército de Trujillo luego de que un grupo de oficiales y soldados intentara apresarlo por su supuesta vinculación con desafectos al régimen del dictador” y que huyó hacia los campos del Cibao “donde se mantuvo por largo tiempo resistiendo la persecución de las tropas de Trujillo”.

Le conferían el don de hacerse invisible, de transformarse en gato, perro, cangrejo, conejo, toro, caballo, de poseer poderes sobrenaturales al extremo de que una vez mandaron ocho brujos a capturarlo y al contarlos resultaron ser nueve. Uno era Enrique Blanco.

Enrique Blanco

Su verdadero nombre era Rafael Enrique Blanco Sosa pero dicen que por el odio que le tomó a Trujillo se quitó el Rafael a partir de 1931. Nació el 14 de febrero de 1907 en la sección Don Pedro, de Tamboril, hijo de Eugenio Blanco, alias Gengo, y de Euvardina Sosa. Tenía cinco hermanos: Luis María (Churro), Edilia Victoria, María Ismaela, Ramón Eugenio, Ramón Enrique. Enrique Blanco no leía muy bien y casi no sabía escribir.

Si Enrique Blanco fue antitrujillista, su muerte fue disfrazada como el triunfo de la ley sobre un delincuente común. Este tratamiento y el haber sido eliminado en la tiranía puede haber dado lugar a esa condición de opositor a la dictadura que le atribuyen unos y que otros niegan. La Opinión del 27 de noviembre de 1936 publicaba en su primera página: “El hombre de los crímenes audaces que desafió la ley, el odio y la maldición pública cayó como un niño en las manos indignadas de un mozalbete campesino, hecho para la paz y la labranza. En los campos del Cibao su nombre sonaba a maldición. Cuando necesitaba un arma acechaba a un policía o a un militar y le quitaba el alma y el arma”.

El Listín anunciaba que “La muerte del bandolero Enrique Blanco ha devuelto la tranquilidad a los buenos y pacíficos moradores del Cibao. Había dado muerte a numerosos campesinos y a miembros del Ejército Nacional, siendo su última víctima el sargento Teodolberto Blanco”, alegando que el insurrecto había sembrado pánico y espanto en los campos de San Francisco de Macorís, Santiago, Moca y Puerto Plata. En la misma tónica escribía La Información.

Le ocuparon un revólver Smith & Wesson 38, un puñal hecho de una bayoneta, una gorra oscura, unos zapatos de los llamados “Calzapollos”, un foco potente, una navaja de afeitar, resguardos y amuletos confeccionados con un crucifijo, diferentes cadenitas.

Blanco era católico, devoto de la Virgen de las Mercedes y de San Miguel. Creía en hechicería, usaba tatuajes en el cuerpo, acostumbraba llevar doble pantalón y camisa y los de abajo y la ropa interior los usaba al revés. Así lo encontraron cuando murió el 24 de noviembre de 1936, a los 29 años. Aunque la prensa de entonces informó que Delfín Álvarez García, su amigo, lo acribilló a balazos, sus biógrafos aseguran que él mismo se mató “ya cansado, mal alimentado y con las piernas y los pies hinchados de tanto caminar y correr escondiéndose al ejército”. Localizó al muchacho y le anunció su decisión pidiéndole que después de cometido el hecho en El Aguacate Arriba, Salcedo, llevara a las autoridades su puñal y su revólver para que cobrara la recompensa.

Ese día dejó de escucharse al joven de piel clara, cabellos negros encrespados, elevada estatura, ojos pardos, cara redonda y aspecto musculoso decir a los asombrados transeúntes: “Yo soy Enrique Blanco”.

La calle

Es una amplia avenida que nace en la calle Primera del barrio Ponce, en Guaricano, y muere en la Avenida del Parque Mirador del Norte. No se conoce resolución del Ayuntamiento que permita saber en atención a cuales méritos del “rebelde solitario” se designó la vía con el nombre Enrique Blanco.

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