ENRIQUE PEREZ VELEZ – Desorden y desconsideración

ENRIQUE PEREZ VELEZ – Desorden y desconsideración

Un nutrido grupo, miembros del Círculo de Amigos de la Historia, viajamos en un crucero por el Caribe, partiendo desde el muelle de la marina de Casa de Campo, a medianoche del 28 de diciembre del recién pasado año.

Como el abordaje del buque se realizaría a partir de las 5:30 de la tarde, bien temprano el grupo arribó en autobús a la terminal del muelle, y mientras allí esperábamos la llegada de las autoridades de migración para fines de chequeo, otros compatriotas también «madrugaron» para como nosotros celebrar en alta mar la llegada del año 2004.

El desorden. Tan pronto se presentaron los oficiales de migración para proceder con la revisión de los pasaportes, todos nos los levantamos de los asientos y no colocamos en ordenadas filas con el equipaje al lado para pasar a migración, pero la fila no se movía debido a que una joven empleada de la agencia de viajes que representa en el país a la línea del crucero, patrocinó el desorden antes las airadas protestas de los «enfilados», al privilegiar a determinados pasajeros y pasajeras, para el pase a migración, y como si esto fuera poco luego llegó la administradora de la agencia de viajes en cuestión, con un grupo de jovecintas supuestamente familiares y sin importarle la larga espera en la fila de sus clientes pasajeros, pasó directamente al mostrador de los oficiales de migración, así de fácil.

Como nuestro grupo ha realizado viajes similares desde San Juan, Puerto Rico y Miami, por solo citar estas conocidas ciudades, los pasajeros, a medida que llegan a la terminal de embarque, lo primero que hacen es adherirse a la fila y sin contratiempos algunos se chequean rápidamente, para en cuestión de minutos abordar la embarcación, pero en La Romana, quienes debían imponer el orden, hicieron todo lo contrario.

Desconsideración. En la mañana del día veintinueve, los pasajeros dominicanos, únicamente los dominicanos, que más o menos sumábamos unas sesenta personas, recibimos por escrito el siguiente mensaje: Informamos que las autoridades de inmigración de Tórtola solicitan de controlar personalmente los huéspedes de nacionalidad dominicana.

Al terminar de leer tan infamante esquela, de común acuerdo con mi esposa decidimos no pisar suelo de esa colonia británica por tan desconsiderada acción, actitud asumida también por la mayoría de los dominicanos, que prefirieron quedarse a bordo que bajar a tierra. Entre los pasajeros se encontraba el Secretario de Estado y Director de Prensa del Palacio Nacional, a quien llamaron por alto parlante las autoridades de inmigración de Tórtola, y sus compatriotas reunidos todos en el salón Piazza Navona, esperaban que este alto funcionario de nuestro país a su regreso nos dijera algo sobe el particular, pero nos quedamos con la «cara larga», porque aparentemente nos ignoró.

Al amanecer del día treinta, los dominicanos, y repito, exclusivamente los dominicanos, recibimos de las autoridades de la colonia francesa esta vejatoria nota: Les recordamos que en Martinica las autoridades locales obligan a los que tienen pasaporte de la República Dominicana que deben tener un visto de ingreso. Tal visto tiene un costo de Euro 10 y es obligatorio hasta para los que no quieran bajar en tierra. ¿Y sobre el principio de la reciprocidad de que tanto se habla en la jerga diplomática que hará nuestra Cancillería sobre estos desmanes?. ¿Se lavará las manos como Pilato?

De regreso a nuestra querida patria, esperamos que el Secretario de Estado y Director de Prensa del Palacio Nacional haya llevado al conocimiento del ciudadano Presidente de la República y del Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de los vejámenes recibidos y se proceda con una contundente nota de protesta a las autoridades de esas colonias, ya que los ciudadanos de esas dos pequeñas islas entran a nuestro país con una simple tarjeta de turismo y al pisar tierra dominicana los recibimos sin discriminación con nuestra peculiar amistad, al compás de un contagioso merengue y de un sabroso y refrescante daikirí.

No obstante estos contratiempos, la travesía resultó lo más agradable y la tripulación italiana del barco nos hizo pasar agradables momentos y la despedida del 2003 fue sencillamente maravillosa.

Concluyo esta entrega con un mensaje bien intencionado para las autoridades del muelle de la marina de Casa de Campo, con la sugerencia de techar el área donde se deposita el equipaje de regreso de las excursiones, porque mientras el barco atracaba llovió fuertemente y de esto haber sucedido posterior al descargo del equipaje de cientos de maletas, éstas y su contenido hubiesen sufridos serios daños por estar a la intemperie, además organizar las paradas de los autobuses y minibuses que recogen pasajeros, porque lo que observé en la tarde del domingo 4 de enero, fue un caos.

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